El domingo, 18 de julio de 2010

EL XVI DOMINGO ORDINARIO

(Génesis 18:1-10; Colosenses 1:24-28; Lucas 10:38-42)

Se llaman los miembros de la Sociedad Religiosa de los Amigos “los cuáqueros”. Su manera de orar parece extraña. Desde sus principios en el siglo dieciséis los cuáqueros no han tenido a ministros para intervenir entre Dios y la gente. Hasta hoy se puede ver una reunión de cuáqueros con todos asentados en silencio rezando a Dios. Se notan los cuáqueros también por sus obras de servicio. De hecho los cuáqueros mantienen una de las mejores organizaciones entregando el socorro al África. Una historia cuenta de esta combinación particular de oración y caridad. Una vez un extranjero visitaba una reunión de los cuáqueros. Después de media hora con nadie diciendo nada, él le preguntó a un miembro de la congregación cuándo comenzaría el servicio. El cuáquero respondió, “El servicio comienza cuando termine el culto”. En el evangelio hoy vemos el mismo intercambio entre el culto y el servicio.

Por siglos se ha interpretado la historia de Jesús visitando a las hermanas Marta y Maria como la mayor importancia de la oración, que simboliza María, sobre el servicio, que representa Marta. Por eso, se ha pensado que el estado de los religiosos, religiosas y sacerdotes vale más que él de los laicos. Puede ser, pero la historia realmente trata temas más profundos. En primer lugar, se debe notar que Jesús no tiene vergüenza a entrar la casa de unas mujeres. Sin duda, mantiene todo respeto apropiado, pero esto no quiere decir que le falte a dirigírselas con la franqueza. No es hombre que se considera a sí mismo demasiado importante para dialogar con cualquier otra persona como un adulto.

Tomamos la idea que Marta es una mujer no solamente preocupada por las tareas sino absorbida en ellas. Es como el sembrador que tiene su espalda tan doblada a la tierra que nunca vea el sol naciente. Marta representa al humano, realmente no limitado a nuestros tiempos, que ve sus esfuerzos como suficientes para hacer la vida eficaz. Él o ella no comprenden cómo en cuanto estemos en la tierra seamos dependientes de la gracia de Dios. Sin la gracia no importa que tanto exitosos parezcan nuestro trabajos, se nos vuelven vanidosos. Pero la gracia cumple nuestros esfuerzos y nos devuelven eficaces para la vida eterna. Llamando la atención a sí misma, Marta no tanto pide la colaboración que exige que su hermana siga su modo de actuar.

La vista cristiana abarca más que la inversión humana para rendir la vida válida. Recorremos a Dios para la dirección en el camino y para la energía a alcanzar nuestro destino. María bien representa la necesidad absoluta para la gracia. Puesta a sus pies, ella puede escuchar las instrucciones de Jesús para la vida digna. Es la postura de los discípulos en el Sermón del Monte donde Jesús les comunica la inspiración, los medios, y unas advertencias sobre los obstáculos para llegar a la meta dichosa.


Se debe añadir que quedarse siempre escuchando la sabiduría no cumple el plan de Dios. De los pies de Jesús María tiene que unirse con su hermana en el servicio de los demás. Pero este servicio no será limitado al apoyo material. Tiene que levantar el espíritu del otro por transmitirle la presencia de Dios que nos envuelve en el amor. Capacitada para hacerlo por su atención al Señor, seguramente María “escogió la mejor parte”.


En realidad todos nosotros cristianos estamos llamados tanto a la oración como al servicio. Aun una monja tiene que apoyar a los otros miembros de la comunidad. Seguramente algunos religiosos sirven el bien de todos por orar continuamente, pero a los laicos también les falta la oración como la semilla, el sol. Sin una combinación de los dos somos como el baile sin la música o el bate de béisbol sin la pelota. No se puede bailar sin la música. No se puede jugar béisbol sin la pelota. No se puede ser cristiano, sin la oración y el servicio.

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