El domingo, 26 de septiembre de 2010

EL XXV DOMINGO ORDINARIO

(Amos 8:4-7; I Timothy 2:1-8; Lucas 16:1-13)

Una vez había un comercial de televisión mostrando a dos hombres conversando en un salón lleno de gente. El uno dice al otro, “El administrador de mi dinero es la compañía E.F. Hutton y él dice…” Entonces todo el mundo se inclina para escuchar el consejo del financiero E.F. Hutton. En el evangelio hoy Jesús imparte a sus discípulos su consejo financiero. Que nosotros también nos inclinemos un poco para escucharlo.

En primer lugar Jesús desprecia el dinero como “lleno de injusticias”. Está hablando en términos llamativos para desencantarnos del hechizo que a menudo el dinero echa sobre la gente. Ciertamente necesitamos dinero para vivir en el mundo actual. Sin ello todos nosotros nos volveríamos a ser o cazadores o agricultores primitivos. No obstante las barbaridades que algunos hacen para obtenerlo avergonzarían un pavo real. Los drogadictos roban y venden los muebles de la casa de sus padres; los agentes engañan a los pobres a vender miembros de su cuerpo; y los millonarios traicionan a sus compañeros para hacerse billonarios, para nombrar sólo unas pocas. Por decir “lleno de injusticias” Jesús nos advierte que tengamos cuidado con la plata. Puede mancharnos tan fácilmente como comer la salsa de tomate vestidos de blanco.

Sin embargo, Jesús reconoce que podemos aprovecharnos de dinero. Hay un dicho, “Dinero es como el abono: tienes que desparramarlo antes de que haga algo bueno.” Así Jesús recomienda que compartamos nuestro dinero con los pobres para que ello haga bien tanto a nosotros como a ellos. Por los indigentes nuestros donativos pueden poner frijoles en las mesas y libros en el escritorio de sus hijos. ¿Y cómo pueden nuestros aportes servir a nosotros? Pues, nos hacen en amigos de Dios. San Vicente de Paul una vez escribió: “Porque Dios ama a los pobres y, por lo mismo, ama también a los que aman a los pobres, ya que, cuando alguien tiene un afecto especial a una persona, extiende este afecto a los que dan a aquella persona muestras de amistad o de servicio”.

Pensamos en el dinero como mío, tuyo, o de alguna otra persona. En una manera sí es, al menos en cuanto lo controlemos por el bien común. Pero en otra manera no es de nosotros. Así Jesús declara: “Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?” Finalmente, las riquezas, que incluyen el dinero, son de Dios para el uso de todos humanos. También interesante aquí es a lo que refiere Jesús como perteneciendo a nosotros. ¡Tiene que ser ningún otro que la vida eterna! Como plenas hijas e hijos de Dios por razón de ser unidos con Jesús en el Bautismo, la vida eterna es nuestra no para ganar sino para no perder. Según Jesús la mejor manera para evitar la pérdida es ser justo con todos, particularmente con los pobres.

Sobre todo Jesús advierte que el dinero tiene el poder para controlarnos. En lugar de aprovechárselo por la familia o la caridad, el dinero puede hacerse nuestro amo. Lo vemos en los casinos de la orilla del mar o en los salones de bingo en la mera ciudad. Allá tanto los ricos como los pobres gastan la plata para pagar la cuota para la educación de su hija o la renta de la casa, con la esperanza de ganar una fortuna. “¡Cuídate!” Jesús nos parece decir, que no acabes tan desilusionados como estos.

Cuando Warren Buffet habla, muchos se inclinan a escucharlo. Pues, el Señor Buffet es uno de los hombres más ricos en el mundo. Personas de todas partes vienen a la ciudad de Omaha donde vive él para aprender sus modos. Algunos de estos discípulos aun comen bistec en el restaurante preferido de Buffet evidentemente pensando que si comen la misma carne que come él, van a ganar la misma fortuna. Sería mejor que imiten su generosidad. Como Jesús recomienda en el evangelio, Buffet está dando su riqueza a las caridades. Así, el dinero estaría haciendo tanto a sus seguidores como a Buffet en amigos de Dios. Así, el dinero puede hacer aun a nosotros en amigos de Dios.

No hay comentarios.: