El domingo, 12 de septiembre de 2010

XXIV DOMINGO ORDINARIO

Éxodo 32:7-11.13-14; I Timoteo 1:12-17; Lucas 15:1-32

Se llama la Ilíada “la mayor historia de guerra jamás escrita”. Cuenta del héroe griego Aquiles en la guerra contra Troya. Aunque sea el guerrero más poderoso en la historia, en el principio de la Ilíada Aquiles rehúsa a pelear. Ha tenido una riña con el rey griego sobre una mujer que le deja celoso, petulante y airoso. En un sentido es como encontramos a Dios en la primera lectura del Éxodo.

No es por nada que Dios se enoja con los israelitas. Pues, después de sacarlos de la esclavitud, los israelitas rebelan contra Su programa de iluminación en el desierto. Es como si un cirujano acaba de dar a una persona un nuevo corazón, pero la paciente no quiere tomar las medicinas para evitar el rechazo. Como si fueran burlándose del Señor como un anciano agotado, los israelitas construyen un ídolo en forma de un becerro fuerte. Según la lectura Dios se perturba tanto que desee poner todo el pueblo Israel al fuego.

Sabemos que el autor de la historia pinta al Señor como furioso para demostrar Su afición para Israel, pero ¿realmente es Dios así? Con la descripción del Señor dada en Éxodo algunos lo temerán, pero ¿quién lo amará? Ciertamente no es cómo Jesús nos lo revela en el evangelio hoy.

Jesús retrata a su Padre Dios con tres imágenes majestosas. Con la parábola del pastor y la oveja extraviada, nos cuenta Jesús que Dios cuida a cada uno de Su pueblo como el más importante en el rebaño. Es como la madre de quince que no admite que tenga a un preferido sino que ama a todos con todo corazón. En la parábola de la mujer y la moneda perdida Jesús nos deja un vistazo de lo que se puede llamar “el lado femenino de Dios”. Aquí Dios no es solo sino comunitario. No es quieto sino se alegra con sus compañeros. La novela “La cabaña”, que ha sido comprada por millones a través del mundo, imagina a Dios Padre como una negra con mucho busto y una risa indómita.

Sobre todo Jesús retrata a Dios como un padre amoroso. Este padre les da a sus hijos todo lo necesario – desde la nutrición hasta la educación -- para irse y hacerse exitosos en el mundo. Para Él es una dote entregada como regalo aunque si ellos lo toman como lo suyo por derecho. Entonces el padre los espera, mirando el horizonte por un signo de sus regresos.

Las parábolas nos dejan con el interrogante: ¿Cómo vamos a tratar a Dios que nos ama tanto? ¿Vamos a seguir ignorándonos de Él, tomando todos sus dones por dados? O ¿vamos a decirle en efecto, como el hijo mayor en la parábola, “Tú me debes más, mucho más”? O ¿vamos a volverle de rodillas como el hijo menor reconociendo nuestra arrogancia y pidiéndole, “Tu perdón y tu gracia, sólo estos, Padre”? Jesús nos asegura que el becerro degollado y el baile son para aquellos que tomen esta última postura.
En su libro “Jesús de Nazaret”, que también ha sido comprado por millones, el papa Benedicto trata del “lado femenino de Dios”. Dice que la Biblia describe el amor de Dios para nosotros como aquél de una madre para la criatura en su vientre. Añade que no se puede representar la relación entre Dios y nosotros como cosa más necesaria y más íntima. Es cierto. Llamamos a Dios “Padre”, pero sabemos que Él nos ama tanto como una mamá mamando como un papá esperando. Nos ama tanto como una mamá como un papá.

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