El domingo, 26 de septiembre de 2010

EL XXVI DOMINGO ORDINARIO, 26 de septiembre de 2010

(Amós 6:1.4-7; I Timoteo 4:11-16; Lucas 16:19-31)

Miras el diseño y no ves nada. Aparece sólo como unas líneas y bloques. Entonces lo miras de nuevo. Esta vez percibes el nombre “Jesús”. En el evangelio hoy el rico no le da al pobre una segunda mirada. Si se lo haría, tal vez vea también a Jesús.

El rico no ve al pobre Lázaro en medio de él. O, si lo ve, no lo considera digno de comer el pan de su mesa o de tratarse con las vendejas de su botequín. Es como si el rico sólo pensara en el pavo en su mesa y el abrigo de cuero en su ropero. Es como si el pobre no tuviera ningún derecho de vivir. ¿Está alguien en medio de nosotros cuya presencia no vemos?

Sin duda el número de los desempleados ha crecido mucho durante estos dos años. Muchos de los despedidos tienen pocos recursos para pagar la casa, la luz, y el agua. Aun una bolsa de comida les ayudaría. Sin embargo, a veces no se ven muchos artículos de comida en la procesión de ofrecimientos durante la misa. Esperemos que las colectas de parte del ministerio parroquial de necesidades básicas sean más amplias.

Más difíciles ver pero todavía presentes entre nosotros son los bebés que están para abortarse. Por el descuido de sus padres y también por la carencia del ultraje de parte del pueblo la plaga del aborto sigue desgarrando la fábrica de sociedad. Sin embargo, la lucha no está derrotada. Con la ubiquidad del sonograma todos ya reconocen que el feto tiene la forma humana y responde a los estímulos. Varios expertos del derecho han comentado que la lógica usada para defender el aborto en las cortes ya está descreditada. Sólo falta un levantamiento entre la gente exigiendo con sus voces lo que saben en sus cerebros para poner fin a esta desgracia de desgracias.

Tampoco muy visibles, los ancianos enfermos a menudo quedan en asilos como tazas de café desechables. Aparte de algunos trabajadores simpáticos, raras veces viene alguien para guardar sus manos. Se teme ahora que estos indefensos puedan hacerse las víctimas de una ley permitiendo la eutanasia. Ciertamente no merecen la muerte sino la preocupación de sus familias y de toda la comunidad. Cuando les visitamos, no sólo afirmamos su dignidad sino comprobamos la nobleza de nuestro propio espíritu.

No es por falta de vista que no vemos a los indefensos en medio de nosotros. Más a menudo es porque siempre manejamos carros mientras los pobres andan a pie o viajan en buses. Por esta razón la Oficina de Paz y Justicia de una diócesis ofrecía a los fieles un tour único de su ciudad. En lugar de usar carros para llevar al grupo a las partes de la ciudad donde viven muchos pobres, la oficina alquiló un bus. La experiencia abrió los ojos de los “turistas”. Vieron la ciudad como jamás lo hicieron antes. Se dieron cuenta no sólo de las carencias de la gente sino también la nobleza de su espíritu.

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