El domingo, 14 de agosto de 2011

XX DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 56:6-7; Romanos 11:13-15.29-32; Mateo 15:21-28)

Como todos, el papa Benedicto busca alivio durante el verano. Deja el calor de Roma para Castel Gandolfo, un refugio en los cerros. Allí se libera de la rutina vaticana. Sin duda reza y lee, pero no recibe a tantos visitantes oficiales. Pues es tiempo de descansar y refrescarse. En el evangelio hoy encontramos a Jesús haciendo algo semejante.

A lo mejor Jesús se retira a la comarca de Tiro y Sidón para un respiro. Ha estado proclamando el Reino del amor de Dios a los judíos en Galilea. Todo el tiempo afronta la amenaza de los fariseos que resienten su despreocupación para toda costumbre antigua. Ya quiere tomar un “sábado” extendido – unos días sin la exigencia para darse a los demás. No es una ilusión egoísta, sino el contrario. Va a respirar un poco para dedicarse con mayor eficaz a Dios y al prójimo.

De repente oye un sonido familiar. Una cananea le implora socorro. Aunque no es judía, se llena su apelación tanto con la fe como con el patetismo. “Señor, hijo de David,” grita la mujer reconociendo que Jesús es una persona con relaciones firmes con Dios, “Mi hija está terriblemente atormentada”. Es la angustia de un padre que vino a la misa diaria mientras su hijo moría de cáncer. Es la desesperación de cada uno de nosotros cuando necesitamos algo fuera nuestro alcance.

Esperamos que no nos cierre la puerta. Si el dirigido es un oficial del gobierno, queremos que nos conceda un minuto para explicar nuestro apuro. “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”, dice Jesús. Quiere conservar su energía para la gente a la cual su Padre Dios le ha enviado. Por la misma razón no es prudente dar plata a cualquier persona que se nos pide. Sin embargo, Jesús no dice, “No, vete de aquí” sino le permite a demostrar la profundidad de su fe.

La mujer responde tanto con humor como con humildad. “Es cierto”, dice, entonces agrega algo semejante, “no seamos los hijos elegidos del Padre sino Sus perritos que creó por amor”. Nos recordamos de los comerciales con animales en la televisión que llaman mucha atención.

Jesús recapacita su posición. Cambia su programa para aliviar la ansiedad de esta pobre con gran fe. Es como el caso del cura en Francia durante la primera guerra mundial. Una vez algunos soldados americanos llegaron a su casa para pedir permiso a enterrar a un compañero muerto en el cementerio parroquial. “Lo siento,” dijo el sacerdote con toda sinceridad, “este cementerio es sólo para los católicos”. Entonces excavaron una fosa para el fallecido fuera del muro de piedra que rodeaba el cementerio. El día siguiente regresaron a despedirse de su compañero por la última vez pero no podían colocar la fosa. Fueron a la casa cural un poco perturbados para preguntar qué pasó con la fosa que hicieron el día anterior. El sacerdote les confesó que no podían dormir en la noche por no permitir el entierro dentro del muro y reconstruyó el muro para incluir la fosa.

Nos ayudan mucho los programas prudentes. Deberíamos programar unas horas de ejercicio cada semana y un tiempo diario para rezar y leer. Pero también tenemos que ser flexibles con nuestros programas para acomodar el proyecto del Reino del amor. Faltar el ejercicio para acompañar a un compañero al hospital no daña el cuerpo tanto como beneficiar el alma. Es lo que el Señor Jesús hace por la mujer cananea en el evangelio hoy. Más notablemente aún, es lo que hizo por todos nosotros en la cruz.

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