El domingo, 21 de agosto de 2011

XXI DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 22:19-23; Romanos 11:33-26; Mateo 16:13-20)

Sócrates vivió en Atenas cuatrocientos años antes de Cristo. Como Jesús Sócrates no nos dejó ningún escrito existente. Sin embargo, otra vez como Jesús, fue el maestro más célebre de su época. Se aprovechaba de un método de pedagogía que ahora lleva su nombre. El “método socrático” persigue el conocimiento por hacer varias preguntas del objeto eliminando lo que no sigue bien hasta que llegue a la verdad. En el evangelio hoy encontramos a Jesús haciendo una pregunta que nos conduce a la verdad de verdades.

Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen que soy yo?” No es un joven inseguro de su parentesco. Ni quiere probar a sus seguidores del entendimiento para su mensaje. No, su propósito es para enseñarles ambas su identidad y su misión. Es como el entrenador que enfatiza los básicos por llegar a la práctica con balón en mano preguntando, “¿Qué es esto?”

Hoy en día nosotros seguimos preguntando: ¿quién es Jesús? Además de decir que fue un maestro judío, que vivió en Galilea hace dos mil años, y que fue crucificado por los romanos, podemos delinear varias maneras para describir su impacto a la humanidad. Aquí vamos a nombrar tres que corresponden a tendencias significantes en nuestros tiempos. Primero, del punto de vista personalista Jesús es uno de los hombres más coherentes de la historia. Predicaba el amor al prójimo y murió defendiendo la causa. Nunca traicionó sus valores. Segundo, de la perspectiva egoísta Jesús es uno de los más ilusos que se puede imaginar. No sólo murió en la pobreza y de edad tierna sino inspiró a miles de millones de personas a vivir sujetando sus impulsos más creativos a una fantasía comunal. Tercero, de la mirada humanista-religiosa Jesús es el Dios-hombre que anunció el reino de los cielos a la gente como motivo para arrepentirse de sus pecados. Se entregó a sí mismo a la muerte para liberar al mundo del pecado.

En el evangelio Jesús cambia el nombre a Simón para indicar su papel en el proyecto salvífico. En adelante Simón será “Pedro” porque como una piedra él tendrá que mantener a la comunidad estable en la verdad y el amor. Asimismo cómo nosotros identificamos a Jesús determinará el modo en que vamos a vivir. Se puede ponernos un nombre que indica nuestro planteamiento. Si optamos para los personalistas, nos llamaríamos “Ernesto”. Seguiríamos nuestra propia luz interior aun rechazando la moral del evangelio si no nos da la gana. Tampoco reconoceríamos la necesidad de la gracia que los sacramentos imparten para llegar a la felicidad. Seríamos “Ricardo” si nos ponemos con los egoístas. Desearíamos ser ricos y como un cardo picaríamos para poner más plata en el bolsillo. Aunque podríamos regalar carros Mercedes-Benz a compañeros, no alzaríamos el dedo para ayudar a los demás. Ni por los huérfanos nos preocuparíamos. Finalmente si ponemos nuestro destino con los humanistas religiosos, nosotros podríamos llamarnos “Amado” porque reconoceríamos el montón del amor que Dios tiene para nosotros. No seríamos perfectos pero nos esforzaríamos a complacer al Señor cada momento. No nos avergonzaríamos a arrodillarnos a rezar a Él por todos incluyendo nosotros mismos.

Como los Amados conoceríamos la paz en tierra porque nos daríamos cuenta de que Dios también es todopoderoso. Mejor aún, como en el evangelio el Señor le da a Pedro las llaves del Reino, nos concedería a nosotros la clave a la gloria en la muerte. Tal vez no consigamos propiedad de una empresa multimillonaria como los Ricardos. Ni, como los Ernestos, recibamos la llave a los corazones de otras personas. Sin duda estos tesoros nos traerían alguna satisfacción como tener boletos al partido campeonato. Pero al final de cuentas palidecería en comparación a Cristo como asientos detrás del gol a los de media cancha.

Hemos visto tarros de café llevando la explicación del nombre de una persona. Por ejemplo, diría uno, “Carmelo: de Carmel, un monte de Israel asociado con la virgen María; suave y fuerte”. Podemos inventar un tal dicho para los Amados. “Amado: querido, no perfecto pero fiel en los básicos, destinado al cielo”. Amado es cada uno de nosotros que seguimos a Jesús. Amado es cada uno de nosotros.

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