El domingo, 30 de octubre de 2011

EL XXXI DOMINGO ORDINARIO

(Malaquías 1:4-2:2.8-10; I Tesalonicenses 2:7-9.13; Mateo 23:1-12)

Los protestantes a menudo preguntan porque los católicos llaman a sus sacerdotes “padre”. Dijeran: “¿No saben que Jesús prohíba que se llame ningún hombre por este título en el evangelio según Mateo?” Es una pregunta válida, y la Iglesia no debe descartarla como ingenua. Como respuesta podemos apuntar que Jesús también dice que ninguno de sus discípulos puede ser llamado “maestro” o “guía”; pues sólo él es quien instruye y dirige la comunidad de fe. Sin embargo, como llamamos a nuestro progenitor “padre” y nuestros catequistas “maestros”, no nos parece desobediente honrar a los párrocos y confesores con la distinción “padre”.

El verdadero problema está arraigado en nuestra inclinación a considerar a Dios como muchos padres mundanos. Eso es, vemos a Dios como un hombre confuso que no entiende a sus hijos. Este tipo de padre se retira de la vida particular de sus hijos para evitar verse no competente. Sin embargo, más tarde o más temprano se hace molesto con los caprichos de sus hijos y reacciona con la furia. El personaje de Homero Simpson personifica al padre mundano que da matiz a nuestro pensamiento de Dios.

En el evangelio hoy Jesús reta tanto a sus discípulos como a todos padres de la tierra a imitar a su Padre celestial. Pero primero ha tenido que desarrollar el concepto de Dios como padre. Los judíos en su tiempo aceptan a Dios como padre pero más en la forma de patriarca nacional que guía íntimo. En la primera lectura el profeta Malaquías refiere a Dios como Padre de todos, pero el mismo Dios declara: “Yo soy el rey soberano…mi nombre es temible…” Entonces Jesús viene revelando lo que podemos llamar “el lado tierno de Dios Padre”. Lo hace con imágenes concretas: Dios está tan cerca de nosotros que tiene todos los cabellos de nuestras cabezas contados (Mateo 10:30). También, Dios nos cuida a nosotros tanto como un pastor que deja el rebaño para buscar a la oveja descarriada (Mateo 18:12-14). Sin embargo, no podemos comprender bien el amor de Dios Padre sin tomar en cuenta la figura de Jesús. Él es Dios encarnado que se mete como hermano entre nosotros para compartir nuestras lágrimas y últimamente para dar su vida para que tengamos la felicidad completa.

Es patente que la paternidad está en crisis en nuestro tiempo. Muchos hombres se ignoran de Dios como modelo para la cabeza de la familia. Por una gran parte estos hombres no viven con sus familias. Sea por divorcio o sea por nunca casarse, pasan poco tiempo con sus hijos. En lugar de transmitir los valores de la fe, la fidelidad, y el sacrificio, tienen que concentrarse en penetrar las defensas del niño por haber abandonarlo. Otros hombres – inclusos a varios padres cristianos – han sido demasiado indulgentes con sus hijos faltando a implantar en ellos las virtudes de la obediencia y la fortaleza. No tienen la firmeza de voluntad para ser coherentes en su disciplina. Cuando dicen a sus hijos que no van a recibir un nuevo juego de computadora porque no se han aplicado en sus tareas, quieren decir “más tarde”.

Con muchas mujeres trabajando fuera de la casa, los hombres sienten obligados a ayudar con el trabado del hogar. ¿Es necesario? Ciertamente sería injusto si la esposa trabajadora tuviera que hacer un segundo torno en la casa. Pero muchas mujeres cristianas no resienten cuando sus maridos no hagan tantas tareas en la casa como ellas. Solamente esperan que los hombres les agraden por sus esfuerzos y que cumplan sus responsabilidades como líderes de la familia. Eso es, que los padres enseñen, protejan, disciplinen, y en varios otros modos preparen a sus niños para el mundo afuera.

Hay un padre que viene a misa con toda la familia cada viernes. Los tres hijos son jóvenes – tal vez doce, nueve y cuatro años – pero no se hacen molestos por nada. Al tiempo de la santa Comunión el hijo mayor precede a su padre recibir la hostia. Como su padre el niño ahínca antes de acercarse al sacerdote. Como su padre recibe la hostia en la boca. Y como su padre regresa a su banca para meditar en el misterio que le abarca. Es patente que el hombre es el guía íntimo de su familia. Es patente que este hombre merece el título “padre”.

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