El domingo, 6 de noviembre de 2011

XXXII DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 6:12-16; I Tesalonicenses 4:13-18; Mateo 25:1-13)

“Siempre hay suficiente” -- nos dijeron nuestras madres. Si vinieron los prójimos en la hora de comida, eramos a poner más agua en el caldo. Así todo el mundo habría sido satisfecho. Entonces nos preguntamos: “¿Por qué las jóvenes en la parábola de Jesús no comparten el aceite con una y otra?” Obviamente hay más en la parábola que una sencilla enseñanza sobre la caridad.

En este pasaje evangélico Jesús ocupa la parábola como una alegoría. Eso es, tiene en cuenta que los objetos del cuento se refieren uno por uno a diferentes cosas en la realidad. Entonces para Jesús las diez vírgenes representan a los cristianos en el tiempo después su resurrección; el encuentro del esposo es su venida al fin de los tiempos; y las lámparas simbolizan la capacidad para hacer buenas obras. El aceite que llevan las cinco jóvenes previsoras es el símbolo principal de la parábola. Significa el hacer de buenas obras que marcan la vida de discípulos verdaderos.

En el Sermón del Monte que comienza su ministerio, Jesús habló con sus discípulos sobre la necesidad de obrar bien por poner en práctica sus palabras. Dijo: “…que brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre…en los cielos”. Entonces, al final del gran Sermón dio la historia del hombre imprudente que perdió su casa por no construirla sobre roca firme, que quiere decir su palabra. Este hombre no cumple el mandato del Señor a hacer buenas obras. Ahora, al cabo de su ministerio regular, Jesús cuenta la parábola de las cinco vírgenes previsoras y las cinco descuidadas para subrayar lo que había dicho. La gente que ha hecho buenas obras encontrará al Señor cuando venga de nuevo mientras los descuidados que no han seguido la instrucción de Jesús van a ser decepcionados.

Hacemos obras buenas cuando ayudamos al otro sin pensar en los beneficios materiales para nosotros. Cuando nos paramos para conversar con una persona solitaria, hacemos una obra buena. El grupo que visita a la prisión cada quince días actúa una obra buena. También aquellos que recuerdan a los pobres con una donación significante a Caridades Católicas están poniendo en práctica las palabras de Jesús. Hay un hombre que cada vez que oye de una necesidad, responde con la ayuda pero siempre de manera anónima. Parece que este hombre brilla con luz.

Aunque muchas veces envuelven pan o plata, las buenas obras en su raíz son realidades espirituales. Por eso, se puede aprovechárselos eternamente, pero no se puede compartirlas con el otro. No, cada mujer u hombre tiene que ganarlas por sí mismo. Podemos rezar que el Señor le dé al otro la gracia para hacer el esfuerzo, pero nuestra oración también es buena obra espiritual que se agrega a nuestro bien. En lugar de salarios grandes, carros lujosos, y cada aparato electrónico que salga al mercado somos más ricos por agregar las cosas espirituales que no pueden ni perderse ni deteriorar.

“Esta lucita mía, voy a dejarla brillar” – cantaban los jóvenes americanos hace cincuenta años – “Esta lucita mía, voy a dejarla brillar”. “Lucita” es término alegórico. Se refiere a la disposición, común en los años sesenta, para mejorar el mundo. Los jóvenes tanto como las jóvenes tienen lucitas. También las esposas y los esposos tienen lucitas. Ciertamente nosotros cristianos tenemos lucitas para hacer buenas obras que dan gloria a Dios Padre. Nuestras buenas obras dan gloria a Dios.

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