El domingo, 25 de noviembre de 2012

Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo


 (Daniel 7:13-14; Apocalipsis 1:5-8; Juan 18:33-37)


 El muchacho tiene quince años.  Dice que ya no quiere asistir en la misa. “¿Por qué, mi hijo?” le pregunta su mamá.  “Por qué soy agnóstico”, le contesta. Quién sabe de dónde saca esta respuesta – ¿la escuela, la televisión, quizás la clase de confirmación?  Y ¿cómo puede ser agnóstico sin haber estudiado las grandes cuestion
El muchacho tiene quince años.  Dice que ya no quiere asistir en la misa. “¿Por qué, mi hijo?” le pregunta su mamá.  “Por qué soy agnóstico”, le contesta. Quién sabe de dónde saca esta respuesta – ¿la escuela, la televisión, quizás la clase de confirmación?  Más al caso, ¿cómo puede ser agnóstico sin haber estudiado las grandes cuestiones de la vida?  A lo mejor es rebelde.  Aunque le hace a su mamá llorar, no ha perdido la fe.
¡Que todas las rebeldías sean sólo tan grandes como la del muchacho!  Desafortunadamente la gente encuentra insurrecciones mucho más amenazantes: la rebeldía del cuerpo enfermo con cáncer; la rebeldía de la sociedad en tiempos revolucionarios como pasa Siria ahora; la rebeldía en la economía que deja a millones sin empleos.  De hecho, cada vida tiene sus propios revueltos.  No sería humana la vida que no enfrenta el desorden.
Y ¿qué va a hacer la mamá del muchacho que no quiere ir a misa?  Primero, tiene que buscar la ayuda.  Se la puede pedir al párroco, a la maestra de escuela, y a su comadre que ha criado media docena de hijos e hijas.  Cada uno tiene el punto de vista único que le dará consuelo.  Sin embargo, le hace faltar consultar al Señor también.  Cómo dice a las multitudes: “Acérquense a mí todos los que están rendidos y abrumados, que yo les daré respiro”.
 
Hoy proclamamos a Jesús nuestro rey.  Pero no es un rey como muchos.  Eso es, no se preocupa por la imagen que dé, sino por el bien de su pueblo.  Hay una foto de los nuevos reyes de Europa algunos años antes de la Primera Guerra Mundial.  Cada uno lleva un saco con adornos de oro y un montón de medallas.  Se consideran como héroes a pesar de que dentro de poco van a conducir sus países en un infierno tomando quince millones vidas.  Jesús no es un rey así. 
 
¿Qué diría Jesús a la mamá con el hijo rebelde?  Primero, le respaldaría sus esfuerzos a criar al niño en la fe.  Con tal de que el muchacho viva en la casa familiar, tiene que participar en las obras caseras que incluyen la asistencia en la misa dominical.  Segundo, Jesús le recomendaría que ella participe en las actividades del muchacho.  Ella podría decirle: “Bien, mi hijo, tienes que ir a misa con la familia y después iremos al museo para ver la exposición sobre el buque Titanic”. Jesús nos instruye que el amor impulsa tales sacrificios. 
 
Se consideran como los menesteres del rey al defender del pueblo de enemigos y a darle la ley.  Jesús cumple las dos tareas.  En primer lugar, salvó al mundo de las garras del maligno por su muerte en la cruz.  En segundo lugar, envía al Espíritu Santo que escribe su ley de amor en los corazones de sus discípulos.   Pero, como el rey supremo se incumbe a sí mismo el cuidado de los necesitados; eso es, todos nosotros cuando nos quitemos de la fantasía que somos auto-suficientes.  Por toda la dificultad que hayan experimentado, los miembros de Alcohólicos Anónimos al menos saben que solo el hombre está destinado a fracasar.  Siempre le hace falta un “Poder Superior” para ayudarle y una comunidad para apoyarle.
 
Esto es un tiempo de gracias.  En Norteamérica las familias están acabando los restos del pavo del Día de Acción de Gracias.  Más al caso, la Iglesia termina esta semana el año litúrgico que celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.  Antes de las actividades de diciembre tenemos un respiro para reflexionar en el amor que impulsó a Jesús a morir en la cruz.  Tenemos un respiro para reflexionar en el amor de Jesús.


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