DECIMOSÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO, 28 de julio de 2013
(Génesis
18:1-10; Colosenses 2:12-14; Lucas 11:1-13)
San
Pedro Sula es una ciudad de maquiladoras en el norte de Honduras. Tiene mucho trabajo, mucha gente, y mucha
pobreza. Un día como todos cerca la
catedral en el centro de la ciudad las mujeres vendían baleadas, eso es,
tortillas de harina llenas con frijoles y queso. Asomó en su medio un niño de la calle
pidiendo a una vendedora una baleada.
“Por favor – rogó el muchachito – tengo hambre”. La mujer respondió, “Quítate de aquí,
malcriado. La vida es muy cara para
estarla regalando”. Pero el niño
persistió en su petición. Pasaron un
buen rato en esta contienda. Entonces se
le agotó la energía a la mujer y le dio una tortilla con un poquito de frijol
al muchacho. “¡Ya! – dijo – Vete de aquí
sin vergüenza”. En el evangelio Jesús describe
a su Padre Dios como en una situación semejante a la de la hondureña vendiendo
baleadas.
Con la
parábola del hombre molestado in un tiempo importuno Jesús demuestra a sus
discípulos que Dios no va a negar a sus amigos lo que pidan. El hombre cansado y acostado no quiere ayudar
a su conocido pero lo hace simplemente para quitarse de la molestia. Porque Dios está siempre inclinado a socorrer
al hombre, se debería pedirle todo lo necesario con confianza. Sí, tiene que tener una relación con Él, pero
esto es tan fácil iniciar como confesarse sinceramente.
Regularmente
nos preocupamos mucho por cosas fuera de nuestro control. “¿Qué voy a hacer si
llueve el día de las bodas?” “¿Qué haré si se me quiebra el carro en la
carretera?” “¿Qué pasará si me preguntan algo que nunca he estudiado?” Realmente no vale este tipo de pensamiento
negativo. Más bien queremos pedir a
Dios, nuestro Padre, que nos acompañe.
Él nos ayudará con cualquier proyecto digno que emprendamos. Sólo tenemos que pedírselo confiados en su
cuidado por nosotros. Sólo tenemos que
pedírselo.
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