El domingo, 4 de agosto de 2013


DECIMOOCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Génesis 18:20-32; Colosenses 2:12-14; Lucas 11:1-13)


El señor John D. Rockefeller era el hombre más rico en el mundo: el Bill Gates de su tiempo.  Vivió en el final del siglo diecinueve y el principio del siglo veinte.  Hizo su fortuna en el negocio de petróleo.  A pesar de su riqueza, cuando se le preguntara cuánto dinero es suficiente, respondió: “Sólo un poquito más”.  En verdad, el señor Rockefeller se dio mucho dinero a varias causas dignas como la religión, la educación, y la salud.  Sin embargo, en cuanto creyera que nunca se puede tener la suficiencia, encontraría la crítica de Jesús en el evangelio hoy.

A lo mejor, el hombre pide a Jesús que le hable con su hermano porque Jesús tiene la fama de ser justo.  Pero Jesús, tan sabio como es justo, no quiere meterse en la discusión sobre el dinero.  Él cuenta del agricultor insensato para enseñar que la persona que sólo piense en la riqueza más tarde o más temprano va a quedarse decepcionado.  Según Jesús, el rico tanto como el pobre tiene que recurrir a Dios acerca de su suerte y conformarse a la justicia de Él.

Nos gusta pensar en el dinero que ganamos, heredamos, hallamos, o recibimos como nuestro por derecho.  Pero no es.  Como todos los recursos el dinero pertenece en la primera instancia a Dios.  Él nos lo proporciona para usar por el bien de todos, incluyendo por supuesto nuestro propio.  Sí, a veces cuesta determinar cuánto deberíamos gastar en nuestro entretenimiento y cuánto deberíamos donar a la caridad.  Por eso, querremos llevar la cuestión a Dios en la oración.  Que no nos preocupemos que Dios vaya a dejarnos destituidos.  Al contrario, Dios quiere que moremos en las habitaciones más cómodas de su casa reservadas por sus hijas e hijos. 

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