DECIMOOCTAVO DOMINGO ORDINARIO
(Génesis
18:20-32; Colosenses 2:12-14; Lucas 11:1-13)
El señor
John D. Rockefeller era el hombre más rico en el mundo: el Bill Gates de su
tiempo. Vivió en el final del siglo
diecinueve y el principio del siglo veinte.
Hizo su fortuna en el negocio de petróleo. A pesar de su riqueza, cuando se le
preguntara cuánto dinero es suficiente, respondió: “Sólo un poquito más”. En verdad, el señor Rockefeller se dio mucho
dinero a varias causas dignas como la religión, la educación, y la salud. Sin embargo, en cuanto creyera que nunca se
puede tener la suficiencia, encontraría la crítica de Jesús en el evangelio
hoy.
A lo
mejor, el hombre pide a Jesús que le hable con su hermano porque Jesús tiene la
fama de ser justo. Pero Jesús, tan sabio
como es justo, no quiere meterse en la discusión sobre el dinero. Él cuenta del agricultor insensato para
enseñar que la persona que sólo piense en la riqueza más tarde o más temprano
va a quedarse decepcionado. Según Jesús,
el rico tanto como el pobre tiene que recurrir a Dios acerca de su suerte y
conformarse a la justicia de Él.
Nos
gusta pensar en el dinero que ganamos, heredamos, hallamos, o recibimos como
nuestro por derecho. Pero no es. Como todos los recursos el dinero pertenece
en la primera instancia a Dios. Él nos lo
proporciona para usar por el bien de todos, incluyendo por supuesto nuestro propio. Sí, a veces cuesta determinar cuánto
deberíamos gastar en nuestro entretenimiento y cuánto deberíamos donar a la
caridad. Por eso, querremos llevar la
cuestión a Dios en la oración. Que no
nos preocupemos que Dios vaya a dejarnos destituidos. Al contrario, Dios quiere que moremos en las
habitaciones más cómodas de su casa reservadas por sus hijas e hijos.
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