El domingo, 30 de noviembre de 2014

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 63:16-17.19.64:2-7; I Corintios 1:3-9; Marcos 13:33-37)

Una novela describe la llegada de un capitán de caballería en el suroeste.  Dice que él empleó a un indígena a rastrear las huellas del enemigo en el sendero.  En tiempo el capitán por observar al explorador aprendió la habilidad.  Podía él mismo decir cuántos y que tipo de gente pasaron por un camino hace varios días.  Cuando Jesús exhorta a sus discípulos en el evangelio: “Permanezcan alerta”, quiere que sean tan perspicaces como el capitán.

Jesús está dirigiéndose a la pregunta: “¿Cuándo va a ocurrir el final de los tiempos”?  El evento significará no sólo el término de la historia sino también su regreso como juez de todos.  Para prepararse para el juicio todo el mundo tendrá que responder al interrogante: ¿cómo has tratado al prójimo?  Si han podido ver en cada persona humana – sea compañera o sea extranjera – una reflexión del Señor Jesús mismo, no tendrá que preocuparse.  Pero si no ha notado en el viejo una semejanza de la dignidad de Jesús, en la joven una huella de su vigor, y en el niño un toque de su pureza, de modo que no haya tratado a todos con el respeto, entonces será juzgado como faltando el valor.

Ya después de dos mil años seguimos vigilando para el regreso de Jesús.  Algunos dirán que somos locos, que Jesús era un maestro como Confucio o Sócrates pero ya es muerto.  Otros nos dicen que lo ven en las nubes cada quince días.  Pero sabemos que ninguno de estos tipos de personas tiene razón.  Vemos aquí en la Eucaristía señales de Cristo vivo.  En las palabras del evangelio su voz resuena con la verdad.  En la bondad de la gente su gracia vence el dolor que permea la vida.  Y, sobre todo, en el pan del altar su sustancia nos forma en un cuerpo cumpliendo su voluntad. 


Ya ha comenzado el Adviento, la gran espera para Cristo Jesús.  Vendrá como nuestro juez al final de los tiempos pero está presente ahora como nuestro consejo.  Lo celebraremos como niño el 25 de diciembre, pero está aquí siempre como nuestro protector.  Sentiremos dentro de poco el calor de su afecto, pero nunca nos falta la fuerza de su amor.

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