Eldomingo, el 9 de noviembre de 2014



LA FIESTA DE LA DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN

(Ezequiel 47:1-2.8-9.12; I Corintios 3:9-11.16-17; Juan 2:13-22)

Se pone el nombre de Inocencio III alto en las listas de los mejores papas.  Era obispo de Roma en el principio del siglo XIII.  Tuvo más influencia entre los líderes de Europa que cualquier papa antes o después.  No empleó ejércitos para imponer su voluntad.  Más bien ganó el respeto de los reyes por su autoridad moral.  Se ve el papa Francisco en esta misma luz.  Ahora en esta celebración de la Basílica de Letrán, la catedral del obispo de Roma, vale la pena reflexionar sobre la autoridad del papa Francisco.

Muchos no católicos sienten disgusto con el papado por la afirmación de la infalibilidad.  Dicen que la infalibilidad desafía la unidad de la iglesia por poner toda la autoridad en sola una persona: el obispo de Roma.  Sin embargo, desde la declaración de la infalibilidad hace casi ciento cincuenta años, ningún papa ha usado la infalibilidad para imponer su voluntad.  Todos han sido conscientes de su papel principal como la fuente de la unidad cristiana.  Por ejemplo, se ha dicho que al papa San Juan Pablo II le habría gustado proclamar a María la corredentora de la humanidad.  Pero no lo hizo probablemente porque no quería perturbar ni a los protestantes por hacer otra afirmación de María ni a los ortodoxos por declarar un dogma sin un concilio.

A lo mejor el papa Francisco siente la misma responsabilidad en la cuestión de dar Comunión a algunos divorciados que volvieron a casarse.  Francisco ha indicado su favor para esta propuesta.  Como hombre de compasión querría socorrer a los desafortunados que hicieron un error en su primer matrimonio pero han vivido con paz en un segundo por décadas. Sin embargo, en el sínodo de obispos que tuvo lugar en Roma el mes pasado algunos participantes se declararon fuertemente contra la idea.  Dijeron que sería una traición de la enseñanza de Jesús.  Pero no sería la única declaración contra la letra del evangelio.  Pues, Jesús prohíbe el juramento y  el nombramiento de otra persona como “padre”, pero los cristianos hacen las dos cosas regularmente. 

Lo que impide a Francisco de permitir la Comunión a algunos divorciados y casados de nuevo es la necesidad de mantener la unidad eclesial.  Algunos obispos sienten que tal permiso no sólo contradiría a Jesús sino que causaría la confusión entre los fieles.  Sin mucha duda, hay miríadas de personas, tal vez millones, que no se han casado de nuevo después de un divorcio por razones de la fe.  De todos modos el papa Francisco no quiere forzar las buenas relaciones entre estos obispos y sí mismo a quebrarse.

Francisco es hombre de fe y sabiduría.  Él sabe que es el Espíritu Santo que dirige la Iglesia.  Si el Espíritu quiere cambiar la práctica de la Iglesia hacia los divorciados, él va a hacerlo en una manera u otra.  Entretanto, el papa tiene maneras que pueden apoyar a aquellos en segundos matrimonios.  En muchos casos viven en países donde no es fácil para los pobres adquirir una anulación de sus matrimonios aunque haya buenas razones.  El papa puede poner en vigencia nuevas políticas que facilitan el proceso.

Celebramos esta fiesta de la iglesia del papa para rezar por él.  Si o no una gente es católica, cristiana, o cree en Dios, ve al papa como un guía moral para todos.  Por eso, el papa tiene que pensar no sólo en los mil millones católicos en el mundo sino en los otros miles millones que andan como corderos extraviados.  Es una responsabilidad enorme que nadie puede llevar a cabo solo.  Por eso, oramos que el Espíritu Santo lo ilumine en todos sus decisiones.  Oramos que el Espíritu lo ilumine.

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