DOMINGO DE
RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
(Isaías 50:4-7; Filipenses 26-11; Lucas 22:14-23:49)
“Jesucristo
es el rostro de la misericordia del Padre”.
Así el papa Francisco empezó el documento convocando el Año de la
Misericordia. Jesús muestra la
misericordia particularmente en el Evangelio según San Lucas. Sólo en este evangelio Jesús perdona a la
pecadora que bañó sus pies con sus lágrimas (7,48). Sólo en Lucas Jesús exhorta a sus discípulos:
“Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso” (6,36). Sólo aquí Jesús cuenta las parábolas del
“Buen Samaritano” (10,29-37) y del “Hijo Pródigo” (15,11-32) describiendo los
contornos de la misericordia. Este
despliegue de la misericordia no disminuye en la narrativa de la pasión que
acabamos de escuchar.
Antes de
examinar algunas instancias de la misericordia, que expliquemos un poco el
término. La misericordia traduce la
característica suprema de Dios en el Antiguo Testamento. Cuando Dios pasa delante de Moisés, grita: “‘El Señor, El
Señor, es un Dios misericordioso y clemente, tardo de cólera y rico en misericordia
y en fidelidad’” (Éxodo 34,7). Aunque se practica la misericordia en
primer lugar por perdonar ofensas, se extiende al aliviar dolor físico. Jesús cura a los diez leprosos cuando le
piden la misericordia (Lucas 7,13). La
misericordia no es sólo una cualidad de Dios sino se espera de los seres
humanos. El profeta Miqueas dice: “’Ya
se te ha dicho…lo que el Señor te exige: tan sólo que practiques la justicia,
que seas amigo de la misericordia, y te portes humildemente con tu Dios’” (Miqueas 6,8). Se puede definir la misericordia como actuar
para aliviar el sufrimiento del otro no por obligación ni por ventaja propia
sino por amor.
En el jardín cuando un
discípulo corta la oreja del criado, Jesús inmediatamente lo sana. Aunque está para llevarse a su muerte, él no permitirá
sufrir a un niño. Más tarde en la casa
del sumo sacerdote, Jesús está presente cuando Pedro niega que sea su
discípulo. Si fuera nosotros,
volveríamos la cabeza de nuestro compañero en disgusto. Pero Jesús lo muestra la misericordia por
volver la cabeza para mirarlo. Su vislumbre recuerda a Pedro no sólo de su
predicción de la negación sino, más importantemente, de su promesa a rezar por él
(22,32).
En el camino a la Calavera
Jesús se dirige a las mujeres que lo siguen.
Al sentir su dolor por él, Jesús les consuela: “’No lloren por mí – dice
– lloren por ustedes y por sus hijos’”.
Quiere advertirlas de la destrucción que procede el abandonamiento de la
justicia. Una vez que se ha fijado en la
cruz, Jesús emite las palabras más misericordiosas en la Biblia: “’Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen’”. Se
refiere Jesús a todos aquellos que lo han hecho mal: los líderes judíos, los
soldados romanos, y también la gente que insistió que Pilato lo condenara.
Otro momento excepcional de la
misericordia ocurre en la conversación que sigue. Uno de los dos malhechores desafía a Jesús
retándole a salvar a sí mismo. El otro reprende
al primero recordándole de sus propios pecados.
Entonces, llamando a Jesús sólo por nombre, le pide que se acuerde de él
en la gloria. Jesús no tarda en
responder: “…este mismo día estarás conmigo en el paraíso”.
Una vez que muere Jesús, se
muestra la eficacia de su oración para el perdón. La gente vuelve a sus casas golpeando sus
pechos como signo de su contrición. Un oficial
romano reconoce la bondad de Jesús con las palabras: “’Verdaderamente este
hombre era justo’”. Aun un consejero del
sanedrín actúa en favor de Jesús. Aunque
José de Arimatea no tuvo parte en la condenación de Jesús, supera el miedo para
darle un entierro digno.
Ojalá que nos consideremos
partes de aquellos afectados por la oración de Jesús en la cruz. Pues nuestros pecados contribuyen a su muerte
aun si no sabemos cómo. El propósito es
que reconozcamos nuestras faltas – sean tan ligeras como maldecir a los
choferes en la calle o tan graves como el aborto – en la confesión. Entonces es seguro que Jesús, el rostro de la
misericordia de Dios, nos llevará con él a la vida eterna. Jesús nos llevará a la vida eterna.
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