El domingo, 26 de junio de 2016



EL DECIMOTERCER DOMINGO ORDINARIO

(I Reyes 19:16.19-21; Gálatas 5:1.13-18; Lucas 9:51-62)

Dentro de poco los Estados Unidos van a celebrar su independencia.  La historia es bien conocida. Hace dos cientos cuarenta años los colonos de Norte América lucharon contra la tiranía de los ingleses.  Brindaban la libertad como su causa.  Muchos derramaron sangre para cumplir el objetivo.  Al final ¿lo hicieron?  De una manera, sí; el ejército inglés huyó del país.  Pero de otra manera, no.  Por el análisis de San Pablo en la segunda lectura se puede decir que la nación sigue bajo el dominio foráneo.

Pablo escribe a los gálatas: “Cristo nos ha liberado para que seamos libres”.  No tiene en cuenta la liberación de esclavos.  Pues Pablo se da cuenta que algunos bautizados en Cristo viven sometidos a sus amos.  No, lo que quiere decir es que Cristo ha vencido el pecado de modo que no les enrede más a sus seguidores.  Muchos alcohólicos por todas partes del mundo reconocen esta gracia.  Aferran a Cristo como el salvador de su debilidad ante la cerveza.

Sin embargo, algunos no hace la decisión firme a dejar de tomar.  Al escuchar intercesiones en la misa por los encarcelados y los condenados, una madre se recuerda de su hijo.  El joven se ha probado a ser alcohólico irreformable.  Es cierto que el alcoholismo es una enfermedad.  Sin embargo, en cuanto el alcohólico anteponga su deseo ante la voluntad de Dios por su bienestar también es pecado.  Con un alcance mucho más amplio la pornografía ya está esclavizando a muchos jóvenes.  Grandes números la miran regularmente para experimentar el placer sexual.  También la pornografía puede ser patología, pero igualmente tiene su raíz en el pecado.  En la lectura Pablo ruega a los gálatas: “… no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud”.  Si viviera hoy en día, tendría la pornografía en cuenta. 

Pablo está exhortando a los gálatas que no busquen la superación del pecado en la ley judía.  Según él la ley no puede salvar a nadie del pecado; sólo puede acusarlo de ello. Señala al Espíritu Santo como el recurso para vivir libres del pecado.  Este don trae el amor que resume todos los preceptos de la ley.  Con el amor verdadero los jóvenes se dan cuenta de que la pornografía perjudica a sí mismos junto con otras personas.  Por el amor verdadero a sí mismo la persona reconoce cómo la pornografía le pone bajo el deseo a la vez incesante y desmoralizante.  Por el amor a los demás se da cuenta de que la pornografía ve a las mujeres como objetos de la violación.  Además notan cómo la pornografía pondrá en peligro a sus esposas en el futuro por cementar en sí mismos deseos animales. 

Vivimos de acuerdo con el ímpetu del Espíritu cuando respondemos al llamado de Jesús en el evangelio.  El Señor nos llama a cada uno de nosotros como al joven: “Sígueme”.  Hay muchos modos a hacerlo, pero uno sobresale aquí.  Hemos de seguir a Jesús por cumplir la voluntad de Dios.  Jesús ha dedicado su vida a anunciar el reino de Dios.  Ya sabe que su destino es entregarse a la muerte para realizar este reino.  No lo esquiva; más bien se fija en ello.  Así queremos dejar atrás los antojos del placer ilícito para ser testigos del reino.  Significa que resistamos el grito a cumplir los deseos oscuros. Sabemos que para heredar el reino que Jesús nos ganó tenemos que negar estos deseos pecaminosos.

Ya los quioscos están vendiendo los cohetes por millones para el cuarto de julio.  Está bien participar en las celebraciones del Día de la Independencia.  Pero que nos demos cuenta de que la independencia no es la verdadera libertad.  La primera se ganó por el derrame de sangre de los colonos hace dos cientos cuarenta años.  Por ello no somos sometidos a ejércitos foráneos.  La segunda se ganó por la sangre de Jesucristo.  Por ello el pecado no nos esclavice.  Es un beneficio más amplio.  Podemos tratar a todos aún a nosotros mismos con el amor verdadero.  Con la libertad de Cristo podemos amar a todos.

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