El domingo, 12 de agosto de 2017

EL DECIMONOVENO DOMINGO ORDINARIO

(I Reyes 19:9.11-13; Romanos 9:1-5; Mateo 14:22-33)

La arquidiócesis de Chicago era la más grande en los Estados Unidos.  Hace cincuenta años había iglesias en casi todos los barrios, y los fieles las llenaban en los domingos.  Es una historia diferente hoy día.  Muchas parroquias no tienen párroco propio, y bancas enteras quedan vacías durante la misa dominical.  La iglesia allá, como en muchas partes de Norteamérica y Europa, está en crisis.  Esta situación es anticipada en el evangelio hoy.

La barca de los discípulos sacudida por las olas representa la Iglesia después de la resurrección de Jesús.  Está sufriendo el rechazo y la persecución de parte de los judíos en Israel.  Sí, las misiones han encontrado éxito. Pero también han enfrentado la persecución y el martirio.  La lectura muestra a Jesús viniendo para rescatar su pueblo.  Misteriosamente llega para calmar los elementos contrarios y asegurar a sus seguidores de su acompañamiento.

No nos falta la compañía de Jesús ahora.  Jamás abandonará a sus fieles en su apuro.  Aunque las parroquias latinas no experimentan la caída de la asistencia en la misa, sí tienen sus propios retos.  Sus jóvenes no quieren asistir en la misa dominical.  Dicen que no creen, pero la verdad es que no quieren que nadie les obligue a hacer nada.   Jesús está allí con la pastoral juvenil que casi todas las parroquias tienen.  Les cuenta tanto a los adolescentes como a los jóvenes que sólo con él tendrán la verdadera libertad para ser todo lo que puedan.

Hay muchos adultos en nuestras parroquias atraídos a las iglesias cristianas por los predicadores con gran convicción si no mucha educación.  Algunos sienten acogidos en sus congregaciones porque no hay preceptos contra el divorcio y casamiento de nuevo. Sin embargo, Jesús queda en la Iglesia Católica instruyendo a los fieles que el matrimonio es una alianza con Dios para fortalecer el amor entre los novios.  Como el papa Francisco enseña es para toda la vida; y cuando emerjan problemas, la gente debería buscar la ayuda de los párrocos.

Deberíamos pensar en la estampa de Pedro caminando sobre el agua como una imagen de la iglesia siguiendo a Jesús por la fe.  Está bien en cuanto mantenga sus ilusiones en sus promesas y su confianza en su apoyo.  Puede transitar los problemas más grandes – el acosamiento por los gobiernos, el rechazo de los diferentes sectores de la sociedad, aun las traiciones de parte de sus propios ministros como los abusos sexuales reportados hace quince años.  Pero una vez que ella quite los ojos de Jesús como su ayuda y su meta, se encuentra hundiendo en el agua caudalosa.


Entonces ¿podemos nosotros individuos caminar sobre el agua?  La respuesta es sí, al menos figurativamente, si mantenemos nuestros ojos fijados en el Señor.  Está en medio de nosotros en diferentes modos – en los ministros de la Iglesia, en los pobres de espíritu, y particularmente aquí en la Eucaristía donde escuchamos su voz y consumimos su cuerpo y sangre.  Jesús está en medio de nosotros para guiar nuestros pasos sobre el agua.  

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