EL TRIGÉSIMA TERCER DOMINGO ORDINARIO
(Proverbios
31:10-13.19-20.30-31; Tesalonicenses 5:1-6; Mateo 25:14-30)
En su
primera carta a los corintios san Pablo nos informa acerca de los dones
espirituales. Dice que hay varios y cada
uno de nosotros tiene su propio don. Si
todos tuviéramos los mismos, nuestra comunidad no podría lograr su
propósito. Pero la realidad es más
esperanzadora. Algunos de nosotros
tenemos el don de la sabiduría, otros el don de la sanación, y otros el don del
liderazgo. En la primera lectura hoy el
libro de los Proverbios señala otros dones.
Esta
sección del libro se dedica a la esposa idónea.
La describe con buenas cualidades físicas: el ojo para comprar telas finas
y la mano para tejar ropas guapas. Sin
embargo, son sus dones espirituales que sobresalen. Ayuda a los pobres con la caridad y cuida a
los desvalidos con la bondad. Aunque no
tenemos dones prestigiosos, podemos imitar el amor de la esposa virtuosa. De hecho, san Pablo continuará por decir cómo
el amor brilla sobre todos los otros dones.
El
evangelio hoy también tiene que ver con los dones. Porque es parábola, tenemos que interpretar
sus elementos con un cuidado particular.
Describe las acciones de tres servidores, cada cual confiado con al
menos un talento. A propósito, la
palabra talento originalmente refería
a una denominación de dinero que vale millares.
Precisamente por esta parábola, la palabra ha cambiado su significado. Ya el talento es un don recibido por el
individuo en su nacimiento. Jesús quiere
decir aquí que todos los tres servidores han recibido grandes dones
personales. El propósito es que los usen
para el bien del señor.
Los
primeros dos servidores cumplen el objetivo.
Negocian para producir aún más riqueza.
En otras palabras, aumentan la gloria del dueño por poner al bueno uso
sus talentos. Cuando regresa el señor
“después de mucho tiempo”, significando el fin de sus vidas, reciben un premio
inesperado. El dueño invita a los dos a
“entrar en la alegría de tu señor”. ¿Qué
puede ser este lugar más que la vida eterna? Interesantemente, les otorga porciones iguales
de su alegría a los dos. No le importa
al dueño la cantidad de su ganancia, sólo el hecho que se han aprovechado de
sus dones
En
contraste, el tercer servidor no quiere esforzarse nada. En lugar de aprovecharse de su talento, lo
entierra. Es como el genio que quiere
pasar todo su tiempo viendo el televisor. Con razón, el dueño lo llama “siervo
malo y perezoso”. Se revela la fuente de su defecto en la conversación con el
dueño. Estima al dueño como “hombre
duro” y no cómo es en la realidad: un donador prodigo. Este siervo es como algunos de nosotros que
ven a Dios como un juez exigente. Se
preocupan de evitar problemas, no de aumentar el beneficio del dueño. Tal vez
vengan a la misa dominical, pero no regresan a casa determinados a vivir la fe
que han profesado. Como la gente en la
segunda lectura, dicen: “¡Qué paz y qué seguridad tenemos!” A ellos viene la
catástrofe con el regreso del Señor.
Una mujer
inmigrante se aprovecha de sus talentos por actos sencillos pero buenos todos
los días. No tiene ni títulos ni dinero
para hacer maravillas. Pero los dones
que tienen – el sentido común, la capacidad de expresarse, el deseo para orar –
los usa con gran eficaz. Como esposa y
madre, siempre exhorta a su marido e hijas a hacer lo correcto. Como miembro de la parroquia, se encarga del
ministerio pro-vida. Como cristiana,
reza al Señor por el bien de todos siempre confiando en su bondad. Si sigue en este rumbo, puede contar con
recibir “la alegría de (su) Señor”.
Hay un
dicho: “el amor no es el amor hasta que lo regales”. El amor queda como una buena idea si no lo
ponemos en práctica. Es igual con todos
los dones espirituales. No vale el don
de orar si no oramos. Ni vale el don de
catequizar si no catequizamos. Si vamos
a realizar la alegría del Señor, tenemos que usar nuestros dones para aumentar
su gloria. Tenemos que usar nuestros
dones para aumentar su gloria.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario