El domingo, 19 de noviembre de 2017

EL TRIGÉSIMA TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Proverbios 31:10-13.19-20.30-31; Tesalonicenses 5:1-6; Mateo 25:14-30)

En su primera carta a los corintios san Pablo nos informa acerca de los dones espirituales.  Dice que hay varios y cada uno de nosotros tiene su propio don.  Si todos tuviéramos los mismos, nuestra comunidad no podría lograr su propósito.  Pero la realidad es más esperanzadora.  Algunos de nosotros tenemos el don de la sabiduría, otros el don de la sanación, y otros el don del liderazgo.  En la primera lectura hoy el libro de los Proverbios señala otros dones.

Esta sección del libro se dedica a la esposa idónea.  La describe con buenas cualidades físicas: el ojo para comprar telas finas y la mano para tejar ropas guapas.  Sin embargo, son sus dones espirituales que sobresalen.  Ayuda a los pobres con la caridad y cuida a los desvalidos con la bondad.  Aunque no tenemos dones prestigiosos, podemos imitar el amor de la esposa virtuosa.  De hecho, san Pablo continuará por decir cómo el amor brilla sobre todos los otros dones.

El evangelio hoy también tiene que ver con los dones.  Porque es parábola, tenemos que interpretar sus elementos con un cuidado particular.  Describe las acciones de tres servidores, cada cual confiado con al menos un talento.  A propósito, la palabra talento originalmente refería a una denominación de dinero que vale millares.  Precisamente por esta parábola, la palabra ha cambiado su significado.  Ya el talento es un don recibido por el individuo en su nacimiento.  Jesús quiere decir aquí que todos los tres servidores han recibido grandes dones personales.  El propósito es que los usen para el bien del señor. 

Los primeros dos servidores cumplen el objetivo.  Negocian para producir aún más riqueza.  En otras palabras, aumentan la gloria del dueño por poner al bueno uso sus talentos.  Cuando regresa el señor “después de mucho tiempo”, significando el fin de sus vidas, reciben un premio inesperado.  El dueño invita a los dos a “entrar en la alegría de tu señor”.  ¿Qué puede ser este lugar más que la vida eterna?  Interesantemente, les otorga porciones iguales de su alegría a los dos.  No le importa al dueño la cantidad de su ganancia, sólo el hecho que se han aprovechado de sus dones

En contraste, el tercer servidor no quiere esforzarse nada.  En lugar de aprovecharse de su talento, lo entierra.  Es como el genio que quiere pasar todo su tiempo viendo el televisor. Con razón, el dueño lo llama “siervo malo y perezoso”. Se revela la fuente de su defecto en la conversación con el dueño.  Estima al dueño como “hombre duro” y no cómo es en la realidad: un donador prodigo.  Este siervo es como algunos de nosotros que ven a Dios como un juez exigente.  Se preocupan de evitar problemas, no de aumentar el beneficio del dueño. Tal vez vengan a la misa dominical, pero no regresan a casa determinados a vivir la fe que han profesado.  Como la gente en la segunda lectura, dicen: “¡Qué paz y qué seguridad tenemos!” A ellos viene la catástrofe con el regreso del Señor.

Una mujer inmigrante se aprovecha de sus talentos por actos sencillos pero buenos todos los días.  No tiene ni títulos ni dinero para hacer maravillas.  Pero los dones que tienen – el sentido común, la capacidad de expresarse, el deseo para orar – los usa con gran eficaz.  Como esposa y madre, siempre exhorta a su marido e hijas a hacer lo correcto.  Como miembro de la parroquia, se encarga del ministerio pro-vida.  Como cristiana, reza al Señor por el bien de todos siempre confiando en su bondad.  Si sigue en este rumbo, puede contar con recibir “la alegría de (su) Señor”.


Hay un dicho: “el amor no es el amor hasta que lo regales”.  El amor queda como una buena idea si no lo ponemos en práctica.  Es igual con todos los dones espirituales.  No vale el don de orar si no oramos.  Ni vale el don de catequizar si no catequizamos.  Si vamos a realizar la alegría del Señor, tenemos que usar nuestros dones para aumentar su gloria.  Tenemos que usar nuestros dones para aumentar su gloria.

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