El domingo, 21 de julio de 2019


DECIMOSEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Génesis 18:1-10; Colosenses 1:24-28; Lucas 10:38-42)

Se llaman los miembros de la Sociedad Religiosa de los Amigos “los cuáqueros”.  Su manera de orar les parece extraña a muchos.  En sus reuniones los cuáqueros se sientan en silencio rezando a Dios individualmente.  Llama la atención también su servicio social.  Los cuáqueros tienen una organización excelente que entrega el socorro al África.  Una historia cuenta de esta combinación particular de oración y caridad.  Una vez un católico visitaba una reunión de los cuáqueros.  Después de media hora con nadie diciendo nada, el católico se sintió desconcertado.  Le preguntó a un miembro de la congregación: “¿Cuándo comenzará el servicio?”  El cuáquero respondió: “El servicio comienza cuando termine el culto”.  En el evangelio hoy vemos otro tipo de tensión entre el culto y el servicio.

Antes de examinar la lectura, sería provechoso mirar atrás al evangelio del domingo pasado.  Se encuentra ese pasaje en el Evangelio de Lucas justo antes del evangelio de hoy.  Recordamos las últimas palabras de Jesús al terminar contando la parábola del Buen Samaritano.  Dijo: “Anda y haz tú lo mismo” (eso es, rinde el mismo servicio a los necesitados).  Es su respuesta a todos que querrían conseguir la vida eterna. 

Ahora parece que Jesús retira al menos algo de lo que dijo antes.  Marta se preocupa por el servicio de la casa.  Quiere darle a Jesús la hospitalidad que merece como maestro y amigo.  Por eso, se queja a Jesús que su hermana María no quiere servir.  Pero no recibe la respuesta esperada.  En lugar de reprochar a María, Jesús le corrige a Marta.  Le dice que María hace mejor por ponerse al pie de Jesús para escucharlo sus enseñanzas.

Realmente no hay ninguna contradicción entre el consejo de Jesús al doctor de la ley y lo que le da a Marta.  Hay tiempo para servir y también tiempo para escuchar y aprender.  En la presencia de Jesús, debemos detenernos para escuchar sus enseñanzas.  ¿Qué nos contaría si estuviera presente a nosotros hoy en día?

Ciertamente nos comentaría sobre los desafíos de nuestro tiempo.  Nos aconsejaría que no dejemos la esperanza en Dios.  Muchos pensadores hoy no creen que exista un Dios con amor particular para cada persona humana. Dicen que somos sólo instancias de la humanidad que ha existido por un millón de años y existirá por otros millones.  Según ellos nacemos, vivimos, y morimos como hormigas en el suelo. No seremos recordados por mucho tiempo y mucho menos viviremos para siempre.  Pero Jesús aseguraría que nosotros personas humanas valemos más que las flores del campo y las aves del aire.  Nos recordaría que el Creador nos hizo con un destino eterno si tenemos la valentía para seguirlo.

También, Jesús nos explicaría los hitos del camino de Jesús.  Según los pensadores actuales cada persona tiene el derecho de plasmar su vida según sus propios deseos.  Si no estás satisfecho con tu pareja o aun tu sexo, eres libre de cambiarlos.  Si quieres enredar tu vida en los vicios o si quieres terminarla, tienes el derecho de hacerlo.  La única restricción que hay es que no interfieras directamente en las vidas de los demás.  Jesús opondría tales ideas.  Diría que Dios nos ha formado para amar como Él ama.  Hemos de servirlo con cuerpo y alma por ser misericordiosos a los demás. 

Podemos contar con la Iglesia para transmitir las enseñanzas de Jesús para nuestro tiempo.  No se puede negar la necesidad con tantas fuentes de información equivocada.  En la segunda lectura San Pablo dice que él mismo corrige a la gente cuando predica Cristo.  Con sus encíclicas y exhortaciones las papas hacen igual. 

A veces escuchamos que Jesús era un carpintero.  Sí por un tiempo había trabajado así.  Pero dejó ese oficio para hacerse el mejor maestro y sanador de su tiempo, realmente de todo tiempo.  Como maestro tenemos que escucharlo bien.  Como sanador tenemos que imitar su socorro a los necesitados.  Así seguiremos a Jesús a la vida eterna.

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