El domingo, 5 de abril de 2020


EL DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

(Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Mateo 26:14-27:54)


PALABRAS DIRIGIDAS A JESÚS EN EL JARDÍN.
Jesús, sientes desilusionado mientras dices a tus discípulos en el huerto que se levanten, ¿no es verdad?  Tu Padre no va a tomar de ti el cáliz del sufrimiento como has pedido.  Tus discípulos, durmiendo después de que les dijiste que se vigilaran contigo, se han probados no confiables.  En un momento el traidor llegará con la banda para prenderte.  Entonces los once se dispersarán como ladrones a pesar de que se han jactado que nunca te abandonarían.

La noche se te volverá aún más oscura.  El liderazgo de tu pueblo judío buscará motivo para condenarte.  El sumo sacerdote rasgará sus vestiduras pronunciándote blasfemador.  No sólo te condenarán sino que te abusarán con burlas, golpes y aun salivazos en la cara.  Entretanto Simón, que nombraste “Pedro” (la roca), va a probarse no más fuerte bajo la interrogación que lodo.  Sólo el cielo sabe cómo podrás aguantar todo este tormento.

Mañana Pilato levantará la posibilidad de la justicia.  Ofrecerá a los judíos tu libertad  como obsequio en el festivo de la Pascua.  Pero aun a él, el representante de Roma poderosa, le faltará la fortaleza para seguir su conciencia.  Cuando el gentío judío seguirá insistiendo que seas crucificado, Pilato tratará de esquivar la responsabilidad.  Lavará sus manos de tu sangre como si pudiera eliminar el pecado con agua y jabón.  Entonces te pasarás a los soldados para ser ejecutado.  No esperarás ninguna piedad de ellos, y recibirás maltratamiento peor que se puede imaginar.  Primero, te azotarán con látigos equipados con clavitos para dejar tu piel en jirones.  Entonces se te burlarán poniendo en tu cabeza una corona de espinas y en tu mano un cetro de caña mientras te llamarán “rey de los judíos”.  Muy pronto este jueguito se hará violento con los soldados golpeándote en la cabeza.

Por supuesto, la peor tortura vendrá al final.  Te clavarán manos y pies a la cruz.  El dolor será agudísimo.   Nadie te mostrará ni una iota de misericordia.  Los viandantes se burlarán de ti diciendo si tú eres Hijo de Dios, entonces bájate de la cruz.  Los líderes judíos añadirán al ridículo retándote que bajes de la cruz para que crean en ti.  Nadie se dará cuenta que serás comprobándote el Hijo de Dios y Salvador por quedarse en la cruz cumpliendo la voluntad de Dios Padre.  Aun los cielos poniéndose oscuros parecerán en tu contra.  Rezarás a Dios pero con ninguna de la intimidad con que oraste en el jardín.  Lo llamarás “Dios", no "Padre”: “Dios mío, Dios mío, -- vas a decir -- ¿por qué me has abandonado?”  No es que habrás perdido la fe.  Más bien sólo estarás reconociendo el obvio: morirás en la cruz sin ningún consuelo.

No estarás vivo cuando tu Padre Dios actuará para vindicar tu sacrificio. El velo del templo se rasgará de arriba a abajo indicando que no más servirá como lugar de Dios.  La tierra temblará liberando a los justos de los siglos.  Finalmente el oficial romano junto con su pelotón te reconocerá  lo que los demás pensaban imposible.  Dirán: “Verdaderamente este era Hijo de Dios”.

Querré decirte “gracias” porque tu sacrificio será para mí tanto como para cada persona humana.  Sin embargo, de algún modo esta palabra no parece adecuada.  La uso docenas de veces cada día por la más mínima de cosas.  Tú sabes que te amo por ser no sólo el Salvador sino mi compañero en tiempos buenos y malos.  Te diré que trataré de mantenerme fiel a ti todos los días de mi vida.  Asumiré más responsabilidad para tus amigos especiales, los pobres y vulnerables.  Te serviré, Señor, hasta el fin de mi vida.  

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