El domingo, 22 de noviembre de 2020

 LA SOLEMNIDAD DEL NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

(Ezequiel 14:11-12.15-17; I Corintios 15:20-26.28; Mateo 25:31-46)

Las elecciones han terminado.  Los Estados Unidos han escogido a su presidente.  Tendrán a José Biden como su mandatorio por los próximos cuatro años.  El presidente Biden no reinará sobre el pueblo con autoridad absoluta.  Se limitará su poder por la constitución de la república y sus leyes.  Pues no es rey.

Ahora celebramos la Solemnidad de Cristo Rey.  Por nombrar a Cristo nuestro rey estamos sometiendo a su autoridad absoluta en todas cosas.  Estamos diciéndole: “Haremos todo lo que pidas porque somos tus sujetos”.  Tenemos confianza que no va a explotar su poder porque se ha probado como rey pastor como en la primera lectura.  Ha suplido nuestras necesidades y ha curado nuestras heridas.

Jesús, nuestro rey, ha expresado su voluntad para nosotros en los evangelios de los últimos dos domingos.  Hace dos semanas nos enseñó cómo ser previsores en nuestra espera de su regreso.  Hemos de brillar nuestras lámparas delante el mundo con obras buenas.  Luego el domingo pasado nos advirtió que no escatimáramos nuestros talentos.  Hemos de ocupar nuestro tiempo, tesoro, y habilidades en el servicio de su reino.

En el evangelio hoy Jesús tiene palabras de consuelo para nosotros, sus discípulos misioneros.  Se dirige a las naciones; eso es, aquellos pueblos que todavía no lo aceptan como su rey.  Les dice que van a ser juzgados dignos del reino de Cristo en la medida que ayuden a nosotros, los hermanos del rey.  Si nos socorren con un vaso de agua cuando andamos con sed ayudando a los demás, entonces se aceptarán en el reino. O si nos visitan cuando estamos encarcelados por proclamar a Cristo entonces recibirán el premio no imaginable. 

Hay muchas historias de los no cristianos ayudando a los cristianos.  Hace cincuenta años no era insólito escuchar cómo los judíos hicieron los trabajos de cristianos en la Navidad.  Hacían sus repartos o tomaban sus tornos como enfermeras para que los cristianos asistieran en la misa del gallo con sus familias.  Hoy en día hay historias de musulmanas salvando las vidas de cristianos de los extremistas.  Se reporta que el año pasado un chófer musulmán salvó la vida de un grupo de cristianos.  Los tenía en su coche cuando una banda de extremistas armados le señaló a hacer un alto.  El chofer los pasó rápidamente causando que la dispararon sus armas, pero pudieron escapar.

Nosotros ayudamos a los no cristianos, y ellos ayudamos a nosotros.  Entonces ¿qué es la diferencia entre nosotros y ellos?  Tiene que ver con el tipo de ayuda que se da.  Nuestra ayuda no debe ser limitadas a las obras corporales: de dar de comer a los hambrientos y visitar a los enfermos.  Más bien debería incluir las obras espirituales en cuanto posible: de rezar por los demás y perdonar sus ofensas.  Un obispo francés construyó bibliotecas y centros educativos para los incapacitados en Argelia.  Estas instituciones eran usadas mayormente por musulmanes. Eventualmente este prelado, el monseñor Pierre Claverié, fue asesinado por los extremistas.  Sin embargo, dejó un legado de amor y respeto entre los musulmanes.  En su funeral los musulmanes lo llamaron “nuestro obispo también”. 

Ésta es la última vez que vamos a escuchar regularmente del evangelio según San Mateo por dos años.  Se espera que las lecturas de este año pasado nos hayan dejado con un mejor sentido de lo que es un discípulo misionero.  Es aprender de Jesús ser inocentes como palomas y misericordiosos como madres de familia.  Es andar con todos como amigos de la juventud para compartirles el reino.  Es tener a Jesús como hermano y no preocuparnos de cómo vamos a perdurar.  Pues él está con nosotros tan cierto como un pastor guía a sus ovejas al pasto.  Jesús está con nosotros.

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