El domingo, 13 de diciembre de 2020

 EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 61:1-2.10-11; I Tesalonicenses 5:16-24; Juan 1:6-8.19-28)

Hay una historia macabra de San Lorenzo.  Él era mártir romano del tercer siglo.  Sus verdugos estaban quemándolo vivo.  En el medio del proceso San Lorenzo les bromeó: “Asado está, gíralo y cómelo”. ¿Cómo puede el mártir ir a la muerte con un chiste en sus labios?  Es porque tiene la alegría de saber que está cerca de la vida eterna.  Por la misma razón San Pablo en la segunda lectura aconseja a los tesalonicenses: “Vivan siempre alegres”.

El profeta en la primera lectura también se alegra a pesar de que ha sido encargado con muchas tareas.  Tiene que anunciar la buena nueva, curar corazones quebrados, proclamar el perdón, y pregonar la gracia.  Sin embargo, se llena de júbilo porque Dios lo ha cubierto con la justicia.  Es cómo se siente el universitario a cargo del discurso de despedida.  Aunque enfrenta un reto grande, tiene el gozo en su corazón.

Todo el mundo quiere la felicidad.  La persona humana es creada con este anhelo dentro su alma.  Desgraciadamente muchos confunden la felicidad con el placer.  Dicen que están feliz mirando su equipo de futbol con una cerveza en una mano y papitos en la otra.  No es necesariamente malo tomar cerveza, pero tampoco constituye la felicidad.  Ya estamos entrando la temporada con los más grandes placeres.  Vale la pena demorar un poco para examinar la diferencia entre la felicidad y el placer en sus raíces. 

El placer tiene que ver con los sentidos corporales.  Es una sensación agradable.  Deviene del contacto con algún bien exterior: el sabor de chocolate, el toque del amante, el sonido del violín, etcétera.  El placer no dura sino disminuye tan pronto como se pierda contacto con el bien. El placer se opone al dolor.  Los dos no pueden existir a la misma vez.  No se puede disfrutar helados si su lengua está quemada.  También, el placer siempre es experiencia individual.  Si trata de compartir el placer, se disminuye.  Por ejemplo, muchos han tomado placer fumando cigarros. Si la persona comparte su cigarro con otra persona, sacará sólo la mitad del placer.

La felicidad es tomar el gozo en la verdad.  Para saber lo que es la felicidad, tenemos que ver primero el gozo.  El gozo tiene que ver con el espíritu, no con los sentidos.  Es la satisfacción que tenemos cuando cumplimos una obra buena. El gozo no es opuesto al dolor.  Más bien, nace del dolor aceptado con la valentía y el amor.  Es el sobrecogimiento que tiene la mujer después de dar a luz a un bebé.  Es la exuberancia que tiene el deportista después de cumplir un maratón.  El gozo no disminuye cuando se comparte sino crece.  En el evangelio Juan duplica el gozo cuando anuncia a las demás la grandeza de él que viene.

Durante el tiempo navideño disfrutamos manjares, licores, y días de descanso.  Estas cosas producen placeres considerables.  Sin embargo, no comparan con el gozo por haber luchado por el bien de nuestras familias.  Si hemos mantenido a todos en la casa unidos y seguros durante la pandemia, tenemos el espíritu feliz.  Aún si alguien hubiera contraído el virus, si siente nuestro cuidado de ellos, sentimos el gozo.  Si vamos a la misa en el veinticuatro para reverenciar al Salvador, comeremos el pavo en el veinticinco mayor contentos.

Un sabio sugiere tres maneras para sentir el gozo navideño durante este año de la pandemia.  Primero, aun si no podemos asistir en la misa navideña, podemos rezar con la familia.  Sería bueno después de leer el relato de la primera Navidad en Lucas que recemos por los viajeros y pobres.  Segundo, que imitemos a la Virgen, la gran protagonista de Adviento.  Particularmente su humildad sirve como testimonio a Dios que se humilló para hacerse hombre.  Finalmente, aun si no podemos reunirnos con todos miembros de la familia, podemos practicar la unidad.  Pidiendo el perdón por haber ofendido a uno a otro, podemos emerger del confinamiento más íntegros que nunca.  En estas maneras realizaremos el verdadero significado de tener al Salvador en nuestra presencia.

 


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