El domingo, 10 de marzo de 2024

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

(II Crónicos 16:14-16.19-23; Efesios 2:4-10; Juan 3:14-21)

Todos nosotros reconocemos el evangelio hoy.  Contiene el versículo tal vez más venerado en toda la Biblia: “…tanto Dios amó al mundo que le entregó a su Hijo único…” Las palabras nos consuelan como cuando escuchamos a nuestra maestra decirnos, “Tú eres inteligente”.  Pero ¿realmente creemos que Dios nos ama?  Muchos no lo creen, y por esta razón no les importa complacer a Dios.  Hacen lo que les dé la gana.  San Juan Pablo II dijo: “La primera tarea de cada cristiano es aceptar el amor de Dios”.  Si vamos a tener una vida espiritual verdaderamente cristiana, debemos tomar a pecho este principio.

Porque Jesús revela el amor de Dios, el evangelio lo reconoce como “la luz del mundo”.  Luz es tan básica según Génesis Dios la hizo en el primer día de la creación.  Por la Biblia vemos la luz haciendo al menos dos cosas.  Primero, la luz fomenta la vida.  Aunque los tiempos bíblicos no supieron nada de la fotosíntesis, seguramente entendieron que las plantas no crecen sin la luz.  De las plantas viven los animales, incluso los animales humanos.  La luz de Jesucristo va más allá que fomentar la vida física.  Nos guía a la vida eterna, que es la felicidad sin término.

La luz también nos permite ver.  La intensa luz en la sala de cirugía permite a los cirujanos hacer operaciones delicadas.  De manera semejante “la luz del mundo” nos permite conocer la verdad de nuestra existencia.  Amados por Dios, estamos haciéndonos en sus hijas e hijos auténticos.  La luz de la verdad nos enseña cómo prepararnos para la vida eterna. 

El amor costó a Dios a permitir a su propio hijo ser crucificado.  El amor costó a Jesucristo morir en una manera atroz.  Y el amor va a costar a nosotros también.  Cuando amamos, nos hacemos vulnerables.  Gastaremos nuestros recursos por el amado. Recordémonos a Madre Teresa de Calcuta, una de las personas más amantes de nuestro tiempo.  Pero no apareció particularmente bella.  Madre Teresa gastó sus recursos, eso es su tiempo y energía, por los miserables.  No tomó tiempo para ir al salón de belleza. 

Estamos vulnerables también porque la amada puede rechazar nuestras ofertas.  La primera lectura cuenta de la triste historia de Israel rechazando la oferta de Dios para ser su pueblo escogido.  Cometió infidelidades, imitó a sus vecinos en los vicios, aun profanó el Templo, la casa de Dios.  Se puede ver maldades semejantes entre los católicos hoy en día.  Ciertamente el abuso de niños de parte de los sacerdotes sirve como ejemplo primario.  También se puede mencionar la caída de asistencia en el culto dominical y la cohabitación de parejas no casadas. 

El evangelio hace hincapié que Jesús no condena sino salva.  Ha venido no como juez sino como maestro instruyendo cómo amar de verdad.  Aún más importante, ha sacrificado su vida para hacernos aceptables a Dios Padre.   Si estamos condenado, nos hemos condenado a nosotros mismos por preferir las luces del mundo a la luz de la vida y la verdad.  En otras palabras, hemos imitado al mundo por amar a nosotros mismos más que amar a Dios y al prójimo.  Tenemos el resto de la Cuaresma para corregir este error.  Si nos encontramos a nosotros reacios al ayunar, lentos al orar, y negligentes en caridad, deberíamos doblar nuestros esfuerzos ahora.  Que estas prácticas nos coloquen bien en la luz de Cristo.

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