El domingo, 20 de octubre de 2024

 VIGÉSIMO NOVENO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 53:10-11; Hebreos 4:14-16; Marcos 10:35-45)

El evangelio de hoy sigue el estilo de los últimos dos domingos. Jesús toma a sus discípulos aparte para darles una enseñanza sobre la moralidad.  Hace dos semanas, habló sobre el divorcio y la injusticia que conlleva. El domingo pasado, trató sobre cómo el amor al dinero puede causar la pérdida del alma.  Ahora se centra en la raíz de todo pecado, el orgullo, o si prefieres, la soberbia o egoísmo.  Al ser sus discípulos también, nosotros deberíamos prestar atención a sus palabras para no enamorarnos de nosotros mismos y alejarnos de Dios.

La lectura comienza con una historia penosa.  Como si fueran sorprendidos con sus manos en la colecta, los hermanos Santiago y Juan están retratados pidiendo a Jesús los puestos más altos en su reino.  Quieren ser grandes ante el mundo, a pesar de que la Escritura nos advierte sobre el peligro del orgullo. Según un moralista, en la Biblia no son los grandes y orgullosos los que importan a Dios. Más bien, ellos están destinados a caer.

Pero que no seamos demasiado duros con los infectados con el orgullo.  Después de todo, la mayoría de nosotros hemos pensado que somos mejores de lo que realmente somos.  ¿Quién de nosotros no ha argüido para una nota más alta de que nos dio el maestro?  ¿Quién no ha compartido un “selfie” que resalta nuestra apariencia en redes sociales como Facebook o Instagram?

La respuesta de Dios a nuestra soberbia podría ser severa, pero no es así. Más bien, nos trata con comprensión. En el evangelio, Jesús pregunta a Santiago y Juan si pueden soportar la prueba que él enfrentará. Ellos, sin entender del todo, responden que sí. Jesús confirma su respuesta.  Seguro que recibirán el Espíritu Santo como apoyo, Jesús les permite sentir su amor.

A continuación, Jesús denuncia a los gobernantes del mundo por haber abusado su poder.  No se necesita ser un experto en la Biblia para entender esta crítica. Todos nosotros hemos encontrados a oficiales públicos corruptos. También Jesús acusa a los líderes de la religión de haber oprimido a los fieles sencillos. Insta que los dirigentes de su iglesia no deben actuar de esa manera.  Él mismo se propone como modelo. Dará su vida para redimir a los pecadores destinados al olvido.  Sus palabras resuenan con la primera lectura donde el profeta Isaías habla del Siervo Doliente del Señor que “justificará a muchos cargando con los crímenes de ellos”. Esta es la misión de Jesús quien está a punto de dar “’su vida por la redención de todos’”.

Este evangelio es particularmente pertinente hoy por dos razones: una secular y otra religiosa.  Pronto los Estados Unidos incluso Puerto Rico estarán votando para nuevos gobernantes.  La iglesia invita a la comunidad a rezar para los elegidos.  Pues ellos estarán diariamente tentados a aprovecharse de sus oficios para su propio beneficio.  Al hacerlo no solo negará justicia al pueblo sino también pondrán en peligro sus propias almas.

El papa san Gregorio Magno, en el siglo VII, se describió a sí mismo como “siervo de los siervos de Dios”.  Todos los papas desde entonces han llevado este título, aunque no todos lo han practicado.  Ciertamente, el papa Francisco ha sido ejemplar en el servicio.  Ahora mismo está implementando un programa de acompañamiento de la jerarquía con el pueblo conocido como “sinodalidad”.  Con el favor de Dios este programa abrirá espacio para que el liderazgo de la Iglesia escuche las preocupaciones y las recomendaciones de los laicos.

El año de la lectura del Evangelio de San Marcos concluirá dentro de poco.  Aún tenemos mucho que aprender sobre el discipulado.  Queremos ser como Jesús para que al fin de nuestra vida en tierra nos reconozca como los suyos.

El domingo, 13 de octubre de 2024

 VIGÉSIMA OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 7:7-11; Hebreos 4:12-13; Marcos 10:17-30)

Muchos católicos conocen el Libro de la Sabiduría por haber participado en misas de exequias. Allí se lee a menudo la frase que dice: “Las almas de los justos están en la mano de Dios”. Esto es cierto, pero esta afirmación no abarca ni una décima parte del mensaje del libro. La Sabiduría fue escrita en el primer siglo antes de Cristo, aunque el autor se expresa como si fuera el rey Salomón, unos novecientos años antes.

La lectura de hoy del Libro de la Sabiduría recuerda una experiencia de la vida de Salomón. Después de asumir el trono de Israel a una edad joven, Salomón va a Gibeón para ofrecer sacrificios a Dios. En su peregrinación, Salomón sueña que Dios le promete cualquier cosa que le pida. La respuesta del joven rey agrada al Señor: pide la sabiduría para gobernar bien a un pueblo tan grande como Israel. Entonces, Dios le concede no solo la prudencia, la sabiduría práctica, sino también la riqueza y otros bienes.

La prudencia nos ayuda a decidir bien. Casi siempre hay muchas opciones para cualquier decisión que enfrentemos. Podemos manejar al trabajo, ir en bicicleta o tomar un autobús, por ejemplo. La prudencia nos impulsa a consultar a quienes conocen los factores involucrados. En nuestro caso, tal vez queramos preguntar al meteorólogo si va a llover y a la persona que conoce la ruta si hay baches en las calles. Así, la prudencia nos señala la opción más provechosa. Además, la prudencia nos proporciona la determinación para poner en práctica la decisión una vez que se ha tomado. No permite que perdamos tiempo preguntándonos si hemos decidido bien.

El hombre rico que se acerca a Jesús en el evangelio de hoy necesita la prudencia. Está a punto de tomar la decisión más significativa de su vida: ¿cómo va a vivir para alcanzar la vida eterna, su meta? Muestra el principio de la virtud al consultar a Jesús, un maestro consumado, antes de decidirse. También la prudencia ilumina al hombre que Jesús no solo sabe cómo llegar a la vida eterna sino que es la vida eterna misma. Jesús es la perla de gran valor. Como el comerciante que vende todas sus pertenencias para comprar esta perla, el hombre debería dejar su riqueza a los necesitados para seguir al Señor.

Desgraciadamente, su prudencia le falla. El rico no puede llevar a cabo lo que su corazón juzga como provechoso. Por su deseo de retener su riqueza, “se entristeció y se fue apesadumbrado”. Para él, su dinero se ha convertido en una maldición. Es como el opio para el adicto: aunque sabe que le impide desarrollarse como persona, no puede desprenderse de ello.

Jesús nos pide a nosotros también que renunciemos a nuestros recursos para seguirlo. Tal vez no nos exija hacerlo de inmediato como al rico del evangelio. Pero para seguirlo, estamos obligados a compartir de nuestra riqueza con aquellos que viven en necesidad. Si no lo hacemos, nuestra oportunidad para la felicidad eterna será tan escasa como la de un camello pasar por el ojo de una aguja. Si lo hacemos, podemos anticipar la gloria de conocer a Jesús cara a cara.

La lectura termina con Jesús consolando a los discípulos que han dejado todo de una vez para seguirlo. Dice que su recompensa es buena en este mundo (“cien por uno”) y excelente en la vida eterna. La referencia a aquellos que han dejado todo nos hace pensar en los sacerdotes y religiosas. ¿Viven todos ellos con felicidad? Desgraciadamente, no se puede responder “sí” de manera categórica. Es posible ser sacerdote o religioso y aferrar un carro nuevo, un trabajo satisfactorio o una amistad que afirme. También nosotros, sacerdotes y religiosos, al igual que los demás cristianos, somos desafiados a seguir de cerca a Jesús.