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DOMINGO ORDINARIO, 24 de agosto de 2025
(Isaías 66:18-21; Hebreos 12:5-7.11-13; Lucas 13:22-30)
La segunda
lectura de hoy proviene de una de las obras menos apreciadas de la Biblia. Un
distinguido biblista dijo que la Carta a los Hebreos es “...una de las obras
más impresionantes del Nuevo Testamento”. Sin embargo, pocos conocen su
argumento y lo que la hace tan estimada por los expertos.
Una de las
dificultades para apreciar Hebreos es que tanto el autor como los destinatarios
son anónimos. No hay huella de quiénes eran estos “hebreos”, más allá de que se
trataba de cristianos de origen judío. No sabemos si eran conversos o
descendientes de conversos. Además, la carta trata el culto judío, un tema poco
familiar, al menos para la mayoría de los católicos. En el Antiguo Testamento
encontramos capítulo tras capítulo con prescripciones sobre el altar y los
sacrificios, que en gran parte desconocemos simplemente por falta de interés.
Lo mismo ocurre con la descripción de los sacrificios en la Carta a los Hebreos.
Quiero
reflexionar hoy no sobre la tesis principal de la carta, sino sobre un tema
fundamental de la fe que aparece en la lectura de este domingo: el sufrimiento
de los inocentes, lo que la teología llama “teodicea”. Se pregunta: ¿por qué
les suceden cosas malas a personas buenas? Es evidente, por lo que precede en
la carta, que los destinatarios han sufrido persecución por su fe en Cristo. No
se especifica el dolor, aunque está claro que no llegó al martirio. De todos
modos, ese sufrimiento los llevó a pensar en abandonar su compromiso con
Cristo. Además, experimentaban la desilusión de que Cristo no había regresado tan
pronto como esperaban. Se encontraban ante la decisión de seguir adelante como
cristianos o volver a los ritos y tradiciones de sus antepasados.
El autor de
la carta intenta disuadirlos de dar un paso tan drástico como abandonar a
Cristo. Para ello, tiene que explicar por qué Dios ha permitido tanto
sufrimiento y la espera prolongada de la venida del Señor. La respuesta que
ofrece es que Dios permite estas pruebas no por indiferencia, sino por amor.
Quiere que aprendan paciencia, fortaleza y humildad: en una palabra,
disciplina. El autor ya les había recordado la larga lista de santos que
mantuvieron la fe a pesar de pruebas aún más duras. Les asegura que el
sufrimiento vale la pena.
Impartir
disciplina siempre conlleva sufrimiento. Los atletas entrenan con dolor para
poder superar a sus oponentes. Lo vemos también en el libro bíblico dedicado al
problema del sufrimiento, Job. Dios pone a prueba la fe de Job con una
serie de males para mostrar su fidelidad como hombre. Sin embargo, las personas
que sufren no siempre pueden aceptar esta explicación. Particularmente difícil
resulta cuando los afligidos son niños o personas claramente inocentes.
No ven
pecados en sus vidas que merezcan la tribulación que experimentan. Se sienten
desconcertados, inclinados a perder la confianza en la misericordia de Dios.
¿Quiénes son hoy esas personas? Tal vez los habitantes de Ucrania, después de
tres años de guerra y con sus ciudades bombardeadas diariamente. O más cerca de
nosotros, los desempleados que llevan meses buscando trabajo y que ahora
escuchan que la inteligencia artificial desplazará a aún más trabajadores.
También ellos pueden comenzar a cuestionar la bondad de Dios. ¿Qué podemos
decirles?
Jesucristo
nos reveló a Dios, pero no de manera completa. Él no nos ocultó a su Padre,
pero el misterio de Dios está más allá de nuestra comprensión. Dios no es un
genio, ni una supercomputadora, ni ningún otro ser imaginable. Él es el
fundamento mismo de todo ser; nada podría existir si no se apoyara en Él. El
hecho de que nos ama es cierto, porque Jesús, siguiendo la línea de los
profetas, nos lo ha revelado. Pero los designios y modos de ese amor permanecen
en el misterio. Ante ese misterio debemos ser como Job: agradecidos por
conocerlo y asombrados de su grandeza.
El
Evangelio de hoy nos fortalece esta actitud ante Dios. No basta con permanecer
independientes, alegando experiencias pasadas con Él. Este planteamiento no nos asegura la vida
eterna. Pero si permanecemos fieles, aun en medio del sufrimiento, entonces
reinaremos con los santos.
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