IV DOMINGO DE CUARESMA
(Josué
5:9.10-12; II Corintios 5:17-21; Lucas 15:1-3.11-32)
Hoy
llegamos al medio de Cuaresma. Esperadamente
estamos teniendo éxito en la lucha de negar al yo por el bien del otro. Probablemente no la encontramos tan dura como
imaginábamos. Ahora, en esta segunda parte de la temporada, el enfoque
cambia. La Iglesia no más hace hincapié
en nuestros pecados del pasado. Más bien
mira adelante a los eventos salvíficos de la Semana Santa.
La primera
lectura del Libro de Josué retrata la primera Pascua en la Tierra
Prometida. La Cena Pascual hasta el día
hoy ha recordado a los israelitas de dos acontecimientos maravillosos. Primero, habla de su escapa de Egipto por el
brazo del Señor. Segundo, enfatiza el
maná extraño pero nutritivo que recibieron por su mano. Los dos eventos apelan a los participantes de
la cena a dar gracias a Dios. Es lo que
hacemos en la Eucaristía, que Jesús estableció mientras celebraba la Pascua. Cada domingo (realmente, cada día), y con más
fervor que nunca en el Jueves Santo, repetimos este memorial del amor divino.
Una frase
de la segunda lectura nos asombra como el relámpago en la noche. “Dios lo hizo pecado” (con "lo"
refiriendo a Cristo). Suena casi blasfemia.
Pero tiene que ver con el sacrificio de Cristo en la cruz al Viernes
Santo. Se "hizo pecado” por redimir
los pecados del mundo con su muerte sacrificial. En este acto de supremo amor se revela el
propósito de su encarnación. Ciertamente
merece nuestro agradecimiento.
El
evangelio tiene tal vez la más conocida de todas las parábolas de Jesús. Sin embargo, parece no completamente
apreciada. Muchos concentran casi
exclusivamente en el arrepentimiento del hermano menor. A ellos su historia eclipse la del hermano
mayor. Pero Jesús relata la parábola a
los fariseos para ilustrarles la dureza de sus corazones. Está comparándolos al hermano mayor. Como el hombre riña con su padre por nunca
haberle dado una fiesta, los fariseos critican a Jesús por comer con pecadores.
Probablemente
algunos de nosotros asistiendo en misa cada domingo se sienten a veces como el
hermano mayor. Yo sí. Nos resentimos
cuando otros son reconocidos por nombre y nosotros somos pasados por alto. Pensamos “no es justo”, y queremos registrar
una queja. Sin embargo, puede ser que
nuestro concepto de la justicia, como lo del hermano mayor, falte. Pensamos en justicia como cosa estática. Si una persona recibe una partida de pastel
de tres pulgadas, todos necesitan recibir las mismas tres pulgadas. No queremos admitir necesidades particulares. Como dice el padre, “’…era necesario hacer
fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la
vida…’”
Ya vemos el
verdadero protagonista de la historia.
El padre muestra gran amor para ambos hijos. Por el menor el padre buscaba su figura en el
horizonte todos los días. Por el mayor,
interrumpe el dar acogida a sus huéspedes en la fiesta para persuadirlo
entrar. Su amor reconoce el tiempo de preocuparse
y tiempo de regocijarse. Él representa a
Dios dando a todos lo necesario para que sean unidos con él. Escucharemos más de sus maravillas por los
hombres y mujeres en la Vigilia Pascual.
Seamos nosotros como el hermano mayor amparando resentimiento o el hermano derrochando su vida, el Padre celestial nos invita a su banquete. Aquí nos arrepentimos con otros pecadores. Aquí nos le agradecemos por nuestro redentor. Aquí nos alimentamos del mismo Jesucristo para que tengamos la vida eterna. Sí, va a requerir esfuerzo de nuestra parte. Pero capacitados por Jesús y apoyados por uno y otro, vamos a alcanzar nuestra meta.