Homilía para el 7 de abril de 2007

VIGILIA PASCUAL

(Lucas 24)

Es muy temprano en la mañana. No asoma ni un rayito de luz. Los amigos estacionan sus carros cerca la cabeza del sendero. En silencio emprenden el camino. Andan cansados, pero también con gran expectativa. Se han levantado en las horas más tempranas para ver la salida del sol desde un mirador montañoso. Tienen la misma combinación de sueño y expectación como las mujeres en el evangelio marchando al sepulcro de Jesús.

Estas mujeres han acompañado a Jesús desde la predicación del Reino de Dios en Galilea. Siempre le han provisto el pan, queso y vino para facilitar la misión. Ahora vienen como las más fieles seguidoras suyas. No quieren aguardar ni un minuto más de lo necesario después del día de descanso. Más bien, desean lavar la sangre de su cuerpo y ungirlo con perfumes cuanto antes para que no sufra mayor indignidad. En nuestra sociedad los familiares no preparan el cuerpo del fallecido para el entierro. Pero, sí, les arreglan un funeral decoroso para mostrar su amor.

Entonces les preguntan dos ángeles, “¿Por qué buscan entre los muertos el que está vivo?” Es una interrogación apta para el mundo actual. Tiene que ver con cómo enfrentamos la muerte. Buscan al viviente entre los muertos aquellos que tratan de ahogar su sentido de perdida con cerveza. Esperan una vida tolerable por matar la consciencia del muerto. Otros buscan al viviente entre los muertos por hacer una gran fiesta por el muerto. Desean sólo buenas memorias del fallecido. Desgraciadamente, no hacen la justicia al complejo de su vida. Otras buscan al viviente entre los muertos por no dejar el luto. Vuelven cada conversación en una historia del muerto. Comparan a toda persona con el fallecido.

La resurrección de Jesús nos provee otro modo de hacer frente a la muerte. Damos gracias a Dios por la experiencia de haber conocido la persona. No siempre viene fácil esta gratitud. Si la persona era un canto de alegría en nuestras vidas, su ausencia nos deprime. Si era un dolor de espalda, no sentimos ningún impulso para mostrar la gratitud. Sin embargo, quizás seamos más fuertes o al menos más sabios por el conocimiento. Además, rezamos que Dios les perdone sus pecados. Nadie es perfecto. Todos – aún un Juan Pablo Segundo -- cometen errores y requiere la misericordia de Dios. En esta manera, imitamos a las mujeres dando testimonio a los apóstoles que Jesús vive. Nuestras gracias indican que el Espíritu de Jesús vive en nosotros. Y nuestra petición de perdón subraya la esperanza de la resurrección para sus seguidores.

El pollito da testimonio a la resurrección de Jesús porque es nueva vida. El conejo da le testimonio por representar la vida en abundancia. Nosotros damos testimonio por llevar nuevas ropas en el domingo de Pascua. La ropa indica una nueva actitud hacia la muerte. Ya no representa la perdida del fallecido para siempre. Ni es el tema de cada conversación. Ya vemos la muerte con la esperanza de Jesús, el sol saliendo que no va a ponerse. Ya la vemos con esperanza.

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