Homilía para Viernes Santo, 6 de abril de 2007

VIERNES SANTO

(Juan 18-19)

Toda casa tiene sus propios artículos especiales. Tal vez sean las cubiertas de plata o la colección de vinos. Un anfitrión recientemente dijo a su huésped, “Puedes tocar cualquier cosa en la casa excepto el home entertainment system.” Así la Iglesia conserva la Pasión según San Juan para el Viernes Santo. Cada año en el Domingo de Ramos leemos de la Pasión según San Mateo, según San Marcos, o según San Lucas. Sin embargo, reservamos la Pasión de Juan exclusivamente para el Viernes Santo para poner la interpretación más profunda en la muerte del Cristo.

En su relato de la Pasión el evangelista Juan nos muestra a Jesús como un víctor que no sufre sino reina. El nos presenta al Hijo de Dios que no puede ser derrotado por la cruz sino la usa para conquistarnos la salvación. Vemos estas verdades desde el huerto de la traición hasta el huerto del entierro. En el huerto antes de su arresto Jesús no está en el polvo pidiendo que le pase por alto la prueba. No, son soldados romanos – el ejército más triunfante de la historia – que caen al suelo. Ante Pilato supuestamente se juzga Jesús, pero de todo lo que pasa es Pilato mismo cuya vida está en juicio. El procurador tiene que decidir o por Jesús, la luz del mundo en su casa, o por los judíos que lo acosan desde las tinieblas afuera. En el camino a Calvario Jesús no necesita ayuda con la cruz. Es perfectamente capaz de llevarla sólo toda la vía. En la cruz, Jesús no queda abandonado como en las otras versiones del Evangelio. Más bien, tiene a un lado a su discípulo amado y al otro a su propia madre. Su realeza está proclamada en tres lenguas a pesar de los reclamos de los líderes judíos. Y muere cuando está listo o, mejor decir, cuando “Todo está cumplido.” Finalmente, viene Nicodemo al huerto de los muertos con bastantes especies para enterrar a un emperador.

En el principio de su misión Jesús dice que cuando se levante el Hijo de hombre, todo el que cree en él tendrá la vida eterna. Ahora es el momento de nuestra decisión. ¿Vamos a reconocer a Jesús como reinando en la cruz como lo retrata San Juan? Nos ofrece la vida no sólo para hoy sino para siempre. Sí, se requiere que lo sigamos tanto con acciones como con palabras. Pero nos promete su presencia por el Espíritu Santo para facilitar el viaje. La vida eterna, entonces, es más de una promesa para superar la muerte. Es también la alegría del acompañamiento de Jesús todos los días. Tal vez hayamos visto el aparato que sirve como teléfono, calendario, televisor, y portador del Internet. Hace la vida bastante más cómoda. Sin embargo, no vale nada en comparación con este acompañamiento de Jesús.

O ¿vamos a rechazar la oferta de Jesús para tomar partido con los aparentes vencedores en Calvario. Mucha gente– los “playboys” que miran a otras personas como muñecas en un carnaval, los perezosos que ven el mundo como su lecho, las chismosas que se jactan al techo por poner a otras personas en el piso -- prefiere esta opción. Tenemos que decidir ahora.

También en el Evangelio según San Juan Jesús dice que cuando se levante, él va a atraer a todos a sí mismo. Se cumple esta profecía en la cruz. Jesús es el anfitrión que invita a todo el mundo a su lado: Pilato, los judíos, su discípulo amado, su madre, y también nosotros. Les ofrece a todos la vida eterna, sus cubiertas de plata. Podemos tomarla. O podemos rechazarla y, en su lugar escoger los aparatos que supuestamente hacen la vida más cómoda. Todos tienen que decidirse por su propia parte. Es la decisión de cada uno.

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