El domingo, 23 de diciembre de 2012

EL IV DOMINGO DE ADVIENTO

(Miqueas 5:1-4; Hebreos 10:5-10; Lucas 1:39-45)
No se reporta este acontecimiento mucho.  Sin embargo, una vez apareció en un libro.  El día en que fue nombrado el laureado Nobel, el doctor Martin Luther King, Jr., era paciente en un hospital católico en Atlanta.  Entonces, recibió visita del arzobispo de la ciudad, el monseñor Paul Hallinan.  El jerarca sólo quería felicitar al famoso campeón de la justicia por su reconocimiento ya global.  En el pasaje evangélico hoy vemos otra gran instancia de visita de felicitaciones cuando María llega a la casa de Isabel.


María saluda a Isabel.  EL pasaje no cuenta nada de sus palabras ni de sus maneras.  Sólo podemos imaginar a una joven llevando una sonrisa tan ancha como su cara.  Con voz emocionante echa algún comentario como, “¡que padre!”.  Es como queremos saludar a todos esta semana.  No vamos a decirles lo de siempre, “buenos días”.  Ni vamos a repetir lo que los secularistas piensan más apropiado, “Felices fiestas”.  No, porque celebramos el nacimiento de nuestro salvador y -- para hombres y mujeres de todas creencias – un ilustre maestro de la paz, vamos a proclamar sin vergüenza, “Feliz Navidad”.

Cuando lo repetimos a un pobre en la calle, a lo mejor él va a despertar de su letargia.  No seríamos sorprendidos si responde con aun más gusto, “Feliz Navidad”.  Es como la criatura Juan reconoce la presencia de Cristo en el pasaje.  Salta de reverencia por ponerse cerca del Salvador.  Juan muestra la misma atención que tendríamos nosotros si el presidente de la republica entrara nuestra casa.  Nos pondríamos a pie maravillándonos si estuviéramos soñando.

En el pasaje Isabel felicita a María por algo inesperado.  No la congratula por ser virgen-madre.  Ni le agradece porque acaba de hacer un largo viaje para visitarla.  Ni siquiera le elogia exactamente porque es “madre de mi Señor”.  No, la aprecia sobre todo por haber creído la palabra de Dios.   Es decir que más importante que ser joven, sana, fuerte, y valiente es tener la fe en el Señor.  Es una virtud no limitada a María sino disponible a cada uno de nosotros. 

Todos nosotros podemos dejar atrás nuestros razonamientos y temores para aceptar la buena nueva.  Todos nosotros podemos desistir pensando,  “Si Jesús no resucitó de la muerte, ¿por qué quiero arrepentirme de mis vicios para seguir sus enseñanzas?”  No, Jesús ha resucitado de la muerte y seguimos sus enseñanzas para que compartamos en su gloria.  En dos días vamos a celebrar un gran paso en esta historia.  El hecho que el Hijo de Dios se puso hombre para ganarnos la vida eterna es la verdadera causa de nuestra felicidad estos días.  Las fiestas, los villancicos, aun los regalos solamente dan testimonio a esta verdad.

Una vez se le envió a un seminarista una tarjeta navideña con Jesús crucificado en la portada.  Adentro fue escrito, “Feliz Navidad”.  ¡Que padre!  El joven se puso a maravillarse.  Si la Navidad fue un gran momento en la historia de la salvación, ciertamente la crucifixión fue otro.  Pero los dos son solamente pasos en la marcha a la gloria con Jesús.   Sí, es verdad, estamos en marcha a la gloria con Jesús.



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