El domingo, 3 de febrero de 2013


IV DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 1:4-5.17-19; I Corintios 12:31-13:13; Lucas 4:21-30)


¿Dónde se encuentra a las gentes más orgullosas en el mundo hoy?  A lo mejor estarán en San Francisco y Baltimore.  Pues dentro de pocas horas los equipos de fútbol de estas ciudades se enfrentarán en el Superbowl.  Tal vez la gente de Nazaret sienta algo del mismo orgullo en el evangelio hoy.

Cuando escuchan las palabras de Jesús, sus paisanos lo aclaman diciendo: "¿No es éste el hijo de José?"  Eso es, el carpintero que todo el mundo conoce.  Se alegran por ver a uno de su pueblo hablar con tanta convicción.  Es como los alemanes responden cuando el papa Benedicto los visita.  Sin duda sienten exultados a saber de uno de su pueblo encabeza la religión más numerosa en el mundo.  

Sin embargo, después de escuchar al papa a lo mejor el orgullo de algunos cambiará al disgusto.  Pues, Benedicto no va a atenuar la doctrina católica para placar a nadie.  Al contrario, va a defender la vida desde la concepción y, como hizo hace poco, va a resistir el intento de proclamar cambiada la naturaleza del matrimonio para acomodar a los homosexuales. Asimismo, en el  evangelio Jesús se presenta al pueblo como más que su hijo predilecto; es profeta de Dios.  Eso es, él va a proclamar tanto las exigencias como el amor divino.  Jesús sabe que no van a aceptar sus palabras cuando les acusen de no vivir durante la semana la justicia que profesan al sábado.  Por eso, les dice: “…nadie es profeta en su propia tierra”.

Pero ¿cómo puede ser Jesús tan seguro de los motivos del pueblo?  Él acaba de volver a Nazaret y la gente sólo ha expresado su admiración para él.  No obstante, en los ojos del evangelista tanto como en nuestros, Jesús es Dios con la capacidad de adivinar las intenciones de los hombres.  Como un MRI espiritual, Jesús puede ver debajo de la piel para leer el corazón del hombre. De una manera semejante preguntamos: ¿por qué quedamos seguros que la Iglesia tiene razón en estas grandes cuestiones éticas?  Se puede responder que el Espíritu Santo reside con la Iglesia, pero hay otras razones más al caso.  Principalmente es que la Iglesia tiene la revelación de Dios como su propia fuente de la sabiduría.  Ésta resalta lo que la filosofía ha demostrado desde los tiempos de Aristóteles: que nosotros humanos somos creaturas de un Creador con vínculos fuertes a todas otras personas.  Además, la revelación nos promete la felicidad eterna si nos sometemos a la voluntad de Dios.

Desgraciadamente el hombre contemporáneo rechaza esta visión esperanzadora por la glorificación del yo.  Este yo quiere satisfacer sus antojos sin darle cuentas a Dios ni ser responsable por el otro.  Se puede ver el rechazo de Dios en favor del yo en el número creciente de personas que no se identifican con ninguna religión.  En los Estados Unidos veinte por ciento de los adultos y uno por tres de los jóvenes dicen que no están afiliados con ninguna religión.  Algunos de estos, tal vez no conscientes del daño creado por el Comunismo, aun acusan la religión de ser fuente de la guerra.  El rechazo está pronosticado en el evangelio hoy.  Cuando la gente lleva a Jesús al barranco para apedrearlo, está mostrando su resistencia a la autoridad de Dios.

Jesús se les escapa para predicar en otros lugares.  Así, tal vez, quisiéramos terminar nuestra relación con los compañeros que rechacen a Dios.  Pero Dios nos llama a evangelizar “en tiempo y destiempo”.  Recordando cómo las acciones pueden hablar con mayor elocuencia que palabras, mostraremos a los que duden la sustancia de nuestra fe.  Los cientos de miles de personas que participaron en la “Marcha por la Vida” el mes pasado a pesar de temperaturas congeladoras dieron  tal gran testimonio de fe.   También lo hacen los laicos que visiten a los encerrados.

Una revista muestra en su portada al papa Benedicto como sacerdote joven.  Es alto, guapo, y undulado de pelo.  Se toma la foto durante el Concilio Vaticano II donde él ayudó a los obispos como experto en la teología.  Como entonces contribuyó al tiempo más orgulloso del siglo veinte para los católicos, ahora en el destiempo sigue anunciando el evangelio.  Él nos proclama la exigencia: que jamás rechacemos la verdad de Jesucristo para satisfacer los antojos.  Que jamás rechacemos a Cristo. 

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