El domingo, 5 de abril de 2015



EL PRIMER DOMINGO DE PASCUA

(Marcos 16:1-7)


La viuda llevó a su familia al cementerio.  No era un viaje sencillo.  Porque no tenían coche, tomaron buses: dos para llegar al fin de la línea urbana y uno para transitar por los suburbios.  De la parada de bus la familia caminó a pie otra milla para llegar a la fosa del padre de la familia y su hijo.  Llevaron herramientas para trabajar el suelo de la fosa.  Como esta familia, las tres mujeres se dirigen al sepulcro de Jesús en el evangelio.

Las mujeres llevan perfumes para embalsamar el cadáver una vez que lo tengan limpio.  Pues como San Marcos cuenta la historia, no tenían tiempo para lavar la sangre del cuerpo el viernes antes de anochecer.  A lo mejor las mujeres piensan que van a demostrarle a Jesús su cariño por la última vez.  Después de todo, piensan ellas, es muerto y no pueden hacer nada acerca de eso.  Tal vez muchos acudan a la iglesia con una resignación semejante esta Pascua.  ¡Aunque sólo fuera como antes – dicen entre sí mismos – con todos los hombres llevando corbatas y las mujeres sus sombreros nuevos!

Hace cincuenta años en muchas partes del país el domingo de Pascua era como un desfile de modas.  Después de asistir en los servicios religiosos la gente pasaba por las calles llevando su ropa nueva con saludos para uno y otro.  Se suponía que los vestidos representaran el ser humano nuevo que fue recreado por las gracias de la resurrección.  Pero había algo de alarde en el comportamiento de algunos.  Muchos acudían la iglesia sólo ese día.  Era como si la Pascua fuera para mostrar la ropa en vez de que la ropa era para mostrar la Pascua.  Se puede comparar esa desgracia con la dura realidad que enfrenta a las mujeres en el evangelio.  Pensando en la piedra cubriendo la entrada del sepulcro, preguntan: “¿Quién nos la quitará?”

Pero encuentran el sepulcro abierto.  Es la primera de dos sorpresas que experimentan.  La segunda es que no ven al cuerpo de Jesús sino a un joven angélico sentado en su lugar.  Así es la situación paradójica en que nos encontramos a nosotros el día hoy.  Aunque hay muchos valores en picada en nuestro tiempo, también hay varios valores válidos en crecida.  Por ejemplo los laicos más que nunca están tomando responsabilidad para la pastoral.  Vemos a mujeres y hombres comprometidos dando testimonios en retiros, encargándose de la lucha contra el aborto, y visitando a las cárceles.

Sin embargo, no es que todos se involucren en el ministerio.  Muchos piensan que basta su asistencia en la misa dominical.  No ven la necesidad de anunciar la resurrección por actos de servicio a los necesitados.  Aún más gente ha perdido completamente el sentido religioso.  Les interesa sólo el avance del yo en la búsqueda de placer y prestigio.  Cuando miramos las películas del cine que ganan la mejor clientela casi siempre son historias de conquistas, sean violentas o sean románticas.  Por eso, deberíamos tomar al pecho las palabras del joven a las mujeres en el evangelio.  Después de contarles que Jesús ha resucitado de la muerte, las comisiona a anunciar la buena nueva a los discípulos.  Dice que ellos verán a Jesús en Galilea.

Galilea comprende una región grande.  Es semejante a decir que vayan a Illinois para encontrar a Jesús.  El propósito es que regresen a sus propios pueblos donde Jesús hizo la mayor parte de su ministerio.  Nosotros podemos entender esta frase como un mandato a volver a nuestras comunidades para encontrar a Jesús entre los enfermos, los pobres, y los ancianos.  Una vez que mostremos a los necesitados la compasión, vincularemos nuestro destino con lo suyo.  No solamente encontraremos a Jesús en el hospital del campo  -- en las palabras del papa Francisco – sino también en la resurrección de la muerte. 

En una novela un hombre recibe una invitación a comer.  Se supone a presentarse en tal restaurante a tal hora.  Pensando que es una broma de sus amigos que quieren hacer una fiesta, el hombre va.  Allí no encuentra a sus compañeros sino a Jesús.  En este evangelio todos nosotros recibimos una invitación semejante.  Cristo quiere encontrarnos en las calles.  Está entre los pobres que necesitan nuestra compasión.  Viene para vincular nuestro destino con lo suyo en la resurrección de la muerte.  Viene para vincular nuestro destino con lo suyo.

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