El domingo, 11 de febrero de 2018

EL SEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Levítico 13:1-2.44-46; I Corintios 10:31-11:1: Marcos 1:40-45)

Indudablemente han oído ustedes que la lepra del evangelio no es como la lepra que conocemos hoy en día.  Ahora la lepra – la enfermedad Hansen -- afecta los nervios y la piel causando gránulos feos.  Por falta de la función de los nervios los leprosos a menudo dañan los dedos.  Aunque sea atroz, se puede curar la lepra con medicinas.  De hecho, ya los casos de la lepra son relativamente pocos.  

En el tiempo bíblico el término “la lepra” significaba enfermedades de la piel más genéricas.  Sea la enfermedad Hansen o sea un sarpullido común, la lepra causaba  mucha congoja entre la gente.  La dificultad era de dos tipos.  En primer lugar las enfermedades de la piel siempre han sido contagiosas.  Se ha podido contraer la lepra simplemente por asociarse con en leproso.  Por esta razón los leprosos eran aislados y no podían relacionarse ni con sus propios familiares. La soledad que sentían los leprosos creaba la segunda dificultad.  La gente les tenía miedo.  Si por casualidad otra persona tocaría a un leproso, también él se puso inmundo.  Por eso, la acción de Jesús en el evangelio hoy causaría un escándalo si se hubiera conocido.

Pero no por esta razón Jesús manda al leproso curado que no diga nada a nadie.  Más bien Jesús ha venido para rescatar al mundo de sus pecados por su muerte en la cruz.  El tiempo para su pasión todavía no ha llegado, y él no quiere que nada lo estorbe cuando llegue.   No le interesaba a Jesús ser coronado como el rey del pueblo.  No, él quiere ver al pueblo liberado del pecado de modo que anden con el amor.

Ahora podemos entender el verdadero significado de la lepra.  Es el pecado que nos ata a actitudes y acciones destructivas.  Como la lepra el pecado nos hace feos por el espíritu.  En tiempo la gente no va a compartir abiertamente con nosotros causando el sentido de aislamiento.  Una persona queda en el hospital ahora miserable.  Por toda su vida insistía que las otras personas se conformaran a su manera de ver las cosas.  Pero ya no puede mandar a sus familiares y amigos. Ha hecho cosas buenas en su vida, pero perece que ya paga por su voluntad imperativa.


El miércoles vamos a comenzar un tiempo dichoso en la vida católica. Tendremos cuarenta días para reconocer nuestros pecados y pedir la liberación que Jesús ofrece.  Es cierto que podríamos hacer esto todos los días del año.  Pero por siete semanas vamos a escuchar la voz fuerte de la Iglesia llamándonos al arrepentimiento.  En el mundo hoy muchos andan de manera frenética de modo que se olviden quienes son.  Ya Dios nos llama al conocimiento que somos Suyos, no feos sino bellos en su vista.   Por arrepentirnos de nuestros pecados nos reclamamos como bellos en su vista.


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