EL SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO
(I Samuel 3:3-10.19; I
Corintios 6:13-15.17-20; Juan 1:35-42)
Se puede decir que el camino a la sabiduría comienza con la
pregunta “¿Qué buscas en la vida?” No debería sorprendernos que todo el mundo
tiene la misma respuesta. Buscamos la
felicidad. Pero ¿de qué consiste la
felicidad? Esto parece ser el propósito
de la pregunta de Jesús en el evangelio hoy.
Jesús pregunta a los discípulos de Juan: “’¿Qué buscan?’” La
gente diferente desea cosas diferentes.
En la segunda lectura San Pablo reprocha a los corintios por buscar el
placer físico. Dice que el fornicador
profana su propio cuerpo porque él unifica con extranjero lo que se ha dedicado
al Señor. Sería semejante a convertir un
templo en una discoteca. Otros desean el
poder, el prestigio, y la plata en la búsqueda de la felicidad. El problema es que aún si se gratifican con
estas cosas, la felicidad en tiempo perecerá como la nieve en un día cálido.
Andrés y su compañero tienen otro objetivo en su búsqueda de
la felicidad. Quieren una relación
cercana con Dios. Por eso, responden al interrogante de Jesús por decir que
quieren ver dónde vive. Juan les ha
dicho que Jesús es el “’Cordero de Dios’”.
Piensan los dos entonces donde él está entonces, también estará su
Pastor. Son como el niño Samuel en la
primera lectura. Cuando escucha la voz de Dios emitida del Arca, responde:
“’Habla, Señor; tu siervo te escucha’”.
La palabra “escucha” indica la obediencia. Pues obedecer se deriva de las palabras latines
ob y audire significando para oír. Los discípulos pretenden servir al Señor por
escuchar y obedecer sus palabras.
Una vez una religiosa describió el llamado de Dios que tenía
como joven. Dijo que había luchado mucho
con la idea de una vocación religiosa.
Se pensaba si no había sido como María cuando el ángel le dijo que iba a
ser la madre de Dios. Como María
respondió: “’¿Cómo puede ser?’” así la religiosa no pudo creer que pudiera ser
religiosa. Sin embargo, eventualmente se
rindió, en sus palabras, “a la bondad y amor de Dios”.
El llamado a la vida religiosa, al sacerdocio, y al
diaconato no se encuentra en la mayoría de las personas. Exige una valentía particular porque el que
se ha llamada tiene que ir en contra la deriva.
La mayoría de la gente tienen sus propias familias que les dan
significado enorme. En contraste, el
religioso y el sacerdote tienen la comunidad de fe que les trae ambas el
respeto y la indiferencia. Sí la gente
ama a las religiosas y los sacerdotes.
Pero en casi todos los casos el afecto no dura por mucho tiempo por
razón de los cambios de locales.
El llamado del Señor extiende a los laicos también. Como los religiosos, los laicos tienen que
orar regularmente y servir al Señor. El
Concilio Vaticano II insistió en el llamado del laico a la santidad. Todos conocemos ejemplos de la vocación. Un obituario apareció en el diario el otro
día describiendo la vida de un tal laico.
Dijo que el hombre era agricultor exitoso que también ayudó a los
afroamericanos en la lucha para los derechos civiles. Sirvió en su parroquia como ministro
extraordinario de la Santa Comunión e instructor de la Biblia. Preguntado cómo quería ser recordado,
respondió: “Como cristiano que creyó en la fraternidad del hombre y que trató
de vivir esa verdad con su familia, amistades, y comunidad”.
¿Es posible vivir como cristiano sin haber sido llamado a
una vida cerca a Jesús? ¿Puede ser
cristiano la persona que después de acudir la misa el domingo hace lo que quiera
el lunes? O ¿puede ser cristiana la persona
que no reza, pero regularmente hace obras caritativas? Hay que responder “no” a estas preguntas
porque el discípulo de Cristo tiene que seguirlo siempre. Sin embargo, tenemos que admitir que todos
estamos en el proceso de conversión. El
Señor ha llamado a todos para seguirlo.
Por una razón u otra algunos tardan a responder.
Les da pena a algunos obispos cuando hablan de
vocaciones. Saben que todos tienen un
llamado de Dios, sea a la vida religiosa, el sacramento del orden, o al laicado
comprometido. Pero la Iglesia se
encuentra hoy día en necesidad enorme de sacerdotes y religiosas. Pero esto no es un predicamento de ganar y
perder. Que más laicos respondan al
llamado de Jesús. Entonces como los corderos siguen el pastor, habrá más personas con la
valentía para ir contra la deriva.
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