El domingo 31 de enero de 2021

 EL CUARTO DOMINGO ORDINARIO,

(Deuteronomio 18:15-20; I Corintios 7:32-35; Marcos 1:21-28)

El otro día hubo en el diario la reseña de un libro de ciencia.  El reseñador elogió al autor.  Dijo que es excepcional.  No solo puede el autor explicar conceptos complicados como materia oscura.  También con su premio nobel es autoridad probado.  Este autor parece semejante a Jesús en el evangelio hoy.

Es sábado, el día dedicado al Señor.  Los judíos acuden a la sinagoga para aprender de Dios y darle alabanza.  Jesús entra el lugar.  No se dice si él es un maestro regular o viene como huésped.  De todos modos, comienza a enseñar.  Como si él tuviera doctorado de Salamanca, sus palabras llaman la atención de todos. 

Entonces el grito de un demonio interrumpe la instrucción de Jesús. Nosotros escuchamos siempre en los evangelios referencias a los demonios.  A muchos, les parecen como caducados hoy en día.  Pero no es que los demonios en los evangelios pierdan significado.  Ahora tenemos una vislumbre en el significado de al menos un tipo de demonio.  Este demonio representa la falta de educación.  El demonio que el maestro Jesús ordena fuera del hombre es la ignorancia, la tontería, y la superstición. 

Antes de dejar al hombre, el demonio revela quien es Jesús.  No es maestro ordinario sino “el santo de Dios”.  Para apreciar lo que quiere decir esta frase, deberíamos recurrir a la primera lectura.  Según Deuteronomio Dios ha prometido a Israel a un profeta que hablará de parte de él.  Tendrá las propias palabras de Dios en su boca.  El “santo de Dios”, eso es Jesús, es el profeta prometido a Moisés muchos siglos anteriormente.

Las palabras de Jesús queman en los corazones de la gente.  Resuenan con la verdad dura que llama la atención de nosotros también.  ¿No es cierto lo que dice en la montaña: “’Quien mira a una mujer con malos deseos, ya cometió adulterio con ella en su corazón’”?  Asimismo, Jesús habla con claridad.  No necesita hacer largas explicaciones citando múltiples pasajes de las Escrituras.  De hecho, en distintas ocasiones, las palabras de Jesús corren en contra del Antiguo Testamento.   Dice, por ejemplo: “’No hay nada fuera del hombre que al entrar en él pueda contaminarlo; sino que lo que sale de adentro del hombre es lo que contamina al hombre’”.  Como la gente en la sinagoga de Cafarnaúm, tenemos que decir: “’ Este hombre tiene autoridad para mandar…’”

Hoy día se puede decir la misma cosa de la Iglesia.  La Iglesia enseña con la autoridad porque aplica lo que dijo Jesús al tiempo actual.  Como con Jesús, en muchos casos, las enseñanzas de la Iglesia van en contra del corriente del mundo.  Así son sus enseñanzas sobre el aborto y los anticonceptivos.  El Papa Francisco ha sido contundente también con la doctrina social.  Dice en el título de su carta encíclica más reciente, “Todos hermanos y hermanas”, “Fratelli Tutti”. Dentro de la carta el papa explica lo que Jesús nos tendría hacer.  Jesús nos obligaría hacernos amigos de los inmigrantes. Querría que extendamos la mano para ayudarles hallar una vida libre de acoso.  El papa no quiere crear el desorden.  Insiste que existen medios en nuestro alcance para aliviar el sufrimiento de muchos inmigrantes.

La migración humana presenta a los países ricos un reto. No importan los muros que construyen ni los aparatos que utilizan para frenarla.  La inmigración continuará.  En lugar de resistirla con grandes costos a la vida tanto físico como espiritual, tenemos que acomodarla.  El papa Francisco nos enseña que los inmigrantes son nuestros hermanos y hermanas.  De alguna manera, tenemos que acomodarlos en nuestro medio.

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