El domingo, 23 de marzo de 2025

 

TERCER DOMINGO DE CUARESMA

(Éxodo 3:1-8.13-15; I Corintios 10:1-6.10-12; Lucas 13:1-9)    

Como siempre durante la Cuaresma las lecturas hoy despiertan el interés.  La primera es la famosa historia del encuentro inicial de Moisés con el Señor Dios.  Dios habla con su liberador escogido desde una zarza.  Curiosamente la planta arde sin consumirse.  El evangelio suena como las noticias diarias.  Reporta dos catástrofes como si ocurrieran ayer.  Lo que no está claro es cómo estas lecturas interrelacionar como siempre es el caso en la misa dominical.

Para resolver la cuestión hay que extender la perspectiva al evangelio del domingo próximo.  Esto contiene la parábola tocadora del “hijo pródigo”.  Como todos saben, la historia destaca al padre tan compasivo que recibe atrás con gracia al hijo que le dio la espalda.  El padre ciertamente representa a Dios.  Tal vez parezca a algunos que esta compasión es tan improbable que el Dios que supuestamente describe sea solo fingimiento de la imaginación.  Eso es lo que pensaba Freud.  Sin embargo, sabemos que Dios realmente existe cuando se identifica en la primera lectura hoy como “Yo soy”.  No es un mito como los dioses de los egipcios o los griegos.  Porque menciona su intención de rescatar Su pueblo, sabemos que tampoco es ficción su misericordia. 

Es interesante, pero ¿qué tiene que ver con el evangelio de hoy?  En ello Jesús se aprovecha de las catástrofes para llamar al mundo al arrepentimiento.  Él habla de los galileos del norte en el reporte del Pilato mezclando la sangre de sus víctimas con la de animales.  Entonces menciona los habitantes de Jerusalén en el sur de Israel aplastados por la caída de la torre.  Norte y sur: en otras palabras, el mundo entero.  Jesús está insistiendo que todos cambien sus modos para conformar a los de Dios.  Si no lo hacen, advierte que van a perderse.

Jesús instaría que el motivo del arrepentimiento no es aplacar a un Dios irritable.  Más bien, la verdad queda en el contrario.  Como lo hace claro en la parábola del Hijo Pródigo, deberíamos volver a Dios porque Él es bondadoso y misericordioso.  Quiere ayudarnos alcanzar la felicidad verdadera.  Es como la madre de una muchacha que le prohibió seguir saliendo con una banda de amigas malvadas.  A la madre no le importa que su hija se resienta su juicio.  Solo quiere que tenga una vida feliz.  Así Dios quiere que nos arrepintamos por nuestro bien.  Es el propósito de todas sus mandamientos, leyes y juicios. 

A veces tenemos dificultad reconocer nuestros pecados.  Como si tuviéramos miopía, no podemos ver los pecados más que los más obvios.  Como resultado muchos no confiesan más que faltar la misa o ver la pornografía.  De alguna manera tenemos que ir más allá que obligaciones y prohibiciones en nuestro examen de consciencia.  Podríamos preguntarnos si estamos generosos tanto en los juicios de compañeros como en donativos por los necesitados.  Podemos cuestionan si nuestras oraciones son solo la repetición de palabras o estamos comunicando con Dios nuestras temores y esperanzas. 

La Cuaresma es para prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor con mentes y corazones renovados.  Esta renovación parece incompleta sin una buena confesión de pecados.  En ella procuramos lograr lo que el Papa San Juan Pablo II llamó “purificación de memoria”.  Esta experiencia de la verdad y del arrepentimiento junto con la reparación de cualquiera deuda encumbrado y la absolución del confesor aplaca nuestra ansiedad.  Podemos ir adelante en paz con Dios y con nuestro prójimo. En un mundo cargado de pecado, podemos comenzar de nuevo vivir como hermanos de Cristo llevando a cabo la voluntad del Padre.

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