TERCER DOMINGO DE CUARESMA
(Éxodo 3:1-8.13-15; I Corintios
10:1-6.10-12; Lucas 13:1-9)
Como siempre durante la Cuaresma las
lecturas hoy despiertan el interés. La
primera es la famosa historia del encuentro inicial de Moisés con el Señor
Dios. Dios habla con su liberador
escogido desde una zarza. Curiosamente
la planta arde sin consumirse. El
evangelio suena como las noticias diarias.
Reporta dos catástrofes como si ocurrieran ayer. Lo que no está claro es cómo estas lecturas interrelacionar
como siempre es el caso en la misa dominical.
Para resolver la cuestión hay que extender
la perspectiva al evangelio del domingo próximo. Esto contiene la parábola tocadora del “hijo
pródigo”. Como todos saben, la historia
destaca al padre tan compasivo que recibe atrás con gracia al hijo que le dio
la espalda. El padre ciertamente
representa a Dios. Tal vez parezca a
algunos que esta compasión es tan improbable que el Dios que supuestamente
describe sea solo fingimiento de la imaginación. Eso es lo que pensaba Freud. Sin embargo, sabemos que Dios realmente
existe cuando se identifica en la primera lectura hoy como “Yo soy”. No es un mito como los dioses de los egipcios
o los griegos. Porque menciona su
intención de rescatar Su pueblo, sabemos que tampoco es ficción su
misericordia.
Es interesante, pero ¿qué tiene que ver con
el evangelio de hoy? En ello Jesús se
aprovecha de las catástrofes para llamar al mundo al arrepentimiento. Él habla de los galileos del norte en el
reporte del Pilato mezclando la sangre de sus víctimas con la de animales. Entonces menciona los habitantes de Jerusalén
en el sur de Israel aplastados por la caída de la torre. Norte y sur: en otras palabras, el mundo
entero. Jesús está insistiendo que todos
cambien sus modos para conformar a los de Dios.
Si no lo hacen, advierte que van a perderse.
Jesús instaría que el motivo del arrepentimiento
no es aplacar a un Dios irritable. Más
bien, la verdad queda en el contrario.
Como lo hace claro en la parábola del Hijo Pródigo, deberíamos volver a
Dios porque Él es bondadoso y misericordioso.
Quiere ayudarnos alcanzar la felicidad verdadera. Es como la madre de una muchacha que le
prohibió seguir saliendo con una banda de amigas malvadas. A la madre no le importa que su hija se
resienta su juicio. Solo quiere que
tenga una vida feliz. Así Dios quiere
que nos arrepintamos por nuestro bien.
Es el propósito de todas sus mandamientos, leyes y juicios.
A veces tenemos dificultad reconocer
nuestros pecados. Como si tuviéramos
miopía, no podemos ver los pecados más que los más obvios. Como resultado muchos no confiesan más que
faltar la misa o ver la pornografía. De
alguna manera tenemos que ir más allá que obligaciones y prohibiciones en
nuestro examen de consciencia. Podríamos
preguntarnos si estamos generosos tanto en los juicios de compañeros como en
donativos por los necesitados. Podemos
cuestionan si nuestras oraciones son solo la repetición de palabras o estamos
comunicando con Dios nuestras temores y esperanzas.
La Cuaresma es para prepararnos a celebrar
la Resurrección del Señor con mentes y corazones renovados. Esta renovación parece incompleta sin una
buena confesión de pecados. En ella
procuramos lograr lo que el Papa San Juan Pablo II llamó “purificación de
memoria”. Esta experiencia de la verdad
y del arrepentimiento junto con la reparación de cualquiera deuda encumbrado y
la absolución del confesor aplaca nuestra ansiedad. Podemos ir adelante en paz con Dios y con
nuestro prójimo. En un mundo cargado de pecado, podemos comenzar de nuevo vivir
como hermanos de Cristo llevando a cabo la voluntad del Padre.
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