El domingo, 30 de marzo de 2025

 IV DOMINGO DE CUARESMA

(Josué 5:9.10-12; II Corintios 5:17-21; Lucas 15:1-3.11-32)

Hoy llegamos al medio de Cuaresma.  Esperadamente estamos teniendo éxito en la lucha de negar al yo por el bien del otro.  Probablemente no la encontramos tan dura como imaginábamos. Ahora, en esta segunda parte de la temporada, el enfoque cambia.  La Iglesia no más hace hincapié en nuestros pecados del pasado.  Más bien mira adelante a los eventos salvíficos de la Semana Santa.

La primera lectura del Libro de Josué retrata la última Pascua antes de entrar la Tierra Prometida.  La Cena Pascual hasta el día hoy ha recordado a los israelitas de dos acontecimientos maravillosos.  Primero, habla de su escapa de Egipto por el brazo del Señor.  Segundo, enfatiza el maná extraño pero nutritivo que recibieron por su mano.  Los dos eventos apelan a los participantes de la cena a dar gracias a Dios.  Es lo que hacemos en la Eucaristía, que Jesús estableció mientras celebraba la Pascua.  Cada domingo (realmente, cada día), y con más fervor que nunca en el Jueves Santo, repetimos este memorial del amor divino.

Una frase de la segunda lectura nos asombra como el relámpago en la noche.  “Dios lo hizo pecado” (con "lo" refiriendo a Cristo). Suena casi blasfemia.  Pero tiene que ver con el sacrificio de Cristo en la cruz al Viernes Santo.  Se "hizo pecado” por redimir los pecados del mundo con su muerte sacrificial.  En este acto de supremo amor se revela el propósito de su encarnación.  Ciertamente merece nuestro agradecimiento.

El evangelio tiene tal vez la más conocida de todas las parábolas de Jesús.  Sin embargo, parece no completamente apreciada.  Muchos concentran casi exclusivamente en el arrepentimiento del hermano menor.  A ellos su historia eclipse la del hermano mayor.  Pero Jesús relata la parábola a los fariseos para ilustrarles la dureza de sus corazones.  Está comparándolos al hermano mayor.  Como el hombre riña con su padre por nunca haberle dado una fiesta, los fariseos critican a Jesús por comer con pecadores. 

Probablemente algunos de nosotros asistiendo en misa cada domingo se sienten a veces como el hermano mayor.  Yo sí. Nos resentimos cuando otros son reconocidos por nombre y nosotros somos pasados por alto.  Pensamos “no es justo”, y queremos registrar una queja.  Sin embargo, puede ser que nuestro concepto de la justicia, como lo del hermano mayor, falte.  Pensamos en justicia como cosa estática.  Si una persona recibe una parte de pastel de tres pulgadas, todos necesitan recibir las mismas tres pulgadas.  No queremos admitir necesidades particulares.  Como dice el padre, “’…era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida…’”

Ya vemos el verdadero protagonista de la historia.  El padre muestra gran amor para ambos hijos.  Por el menor el padre buscaba su figura en el horizonte todos los días.  Por el mayor, interrumpe el dar acogida a sus huéspedes en la fiesta para persuadirlo entrar.  Su amor reconoce el tiempo de preocuparse y tiempo de regocijarse.  Él representa a Dios dando a todos lo necesario para que sean unidos con él.  Escucharemos más de sus maravillas por los hombres y mujeres en la Vigilia Pascual.

Seamos nosotros como el hermano mayor amparando resentimiento o el hermano derrochando su vida, el Padre celestial nos invita a su banquete.  Aquí nos arrepentimos con otros pecadores.  Aquí nos le agradecemos por nuestro redentor.  Aquí nos alimentamos del mismo Jesucristo para que tengamos la vida eterna.  Sí, va a requerir esfuerzo de nuestra parte.  Pero capacitados por Jesús y apoyados por uno y otro, vamos a alcanzar nuestra meta.

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