El domingo, 16 de marzo de 2014


EL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

(Génesis 12:1-4; II Timoteo 1:8-10; Mateo 17:1-9)

“El arroyo de la sierra, me complace más que el mar”.  Esta frase fue escrita por el poeta cubano José Martí. De hecho, muchos prefieren las montañas sobre las playas.  Pues, en las alturas el aire limpio les ayuda ver claramente y el ambiente callado les facilita pensar profundamente.  Tal vez sea para aprovecharse de estos beneficios que Jesús revela su gloria en la montaña en el evangelio hoy.

Como siempre, hay que entender el contexto del pasaje para apreciar su contenido.  Hace seis días Jesús sacudió a sus discípulos de la cabeza a los pies.  Después de que Pedro lo reconoció como el Mesías tan esperado, les dijo que iba a sufrir la entrega a la muerte.   Cuando los discípulos rebelaron contra la predicción, Jesús añadió que para seguirlo ellos también habrían sacrificarse.  Pero su mensaje no era totalmente de sombrío.  Mencionó la resurrección al tercer día aunque a los discípulos esta nota fue tan oscura como si fuera dicha en chino.  Ya Jesús quiere dar a Pedro, Santiago, y Juan una vislumbre de lo que significa la resurrección de la muerte.

Antes de que pasemos a la escena encima de la montaña, tenemos que preguntar por qué los discípulos reaccionaron tanto contra el sufrimiento y la muerte.  Ciertamente tiene que ver con el Mesías, el hijo del gran rey David, aguantando la humillación de la derrota.  Pero ¿qué significa el sufrir y el morir, y por qué toda persona los resiste?  El sufrimiento resulta cuando el cuerpo no está en conforme con el alma.  Es una desarmonía que la persona siente como dolor.  La muerte representa la separación completa de los dos de modo que la persona no más pueda existir en el mundo.  Nosotros luchamos contra la muerte porque la vida tiene un propósito más grande que descomponerse, y tanto el sufrimiento como la muerte nos impiden alcanzarlo.

¿Qué es el propósito de la vida?  Si preguntamos al joven miembro de una asociación estudiantil, posiblemente nos diga beber hasta emborracharse y cazar a las muchachas hasta conquistar a todas.  Si consultamos a un político, a lo mejor nos diga ganar todo el poder y el prestigio posible.  Si examinamos la Biblia, vamos a ser dirigidos a los primeros cinco libros supuestamente escritos por Moisés, a las obras de los profetas bien representados por Elías, y, por supuesto, los evangelios que cuentan de Jesús.  Estos recursos son unánimes en su respuesta a nuestro interrogante: el propósito de la vida es amar a Dios sobre todo, que incluye la solicitud por los pobres.  En el evangelio Jesús conversa con Moisés y Elías para dar testimonio a este fin.

De repente la nube cubre a todos como pasó en la montaña donde Dios habló con Moisés.  De la nube se oye la voz del mismo Dios mandando a los discípulos que escuchen a Su hijo.  Los discípulos caen al suelo por temor; pues están en la presencia divina.  Tal vez hoy día nos cobardearemos aún más por las implicaciones del mensaje de Jesús a quien deberíamos escuchar.  Nos dudamos que podamos dejar los propósitos de la vida que hemos hecho por nosotros mismos para tomar aquel de Jesús.  Pero es posible con la gracia de Cristo cómo pasó a una mujer internada llamada Raquel.  Un día el capellán de un hospital oyó el grito de Raquel que estaba muriendo del cáncer.  El capellán siguió la voz a la salita donde la mujer.  Entró, se arrodilló ante la cama de Raquel tomando su mano, y empezó a rezar.  Cuando ella gritó, “O Dios”, él respondió, “O Dios, ayúdala”.  Estuvo con ella así por mucho tiempo.  A un punto los gritos de Raquel cambiaron de “¿Por qué, Dios mío, por qué?” a “Lo ofrezco, Dios, lo ofrezco”.  En los últimos momentos de su vida, la desesperación se convirtió en la esperanza.  Su propósito cambió de evitar el dolor a todo costo a sacrificarlo por el bien de los demás.  Nuestra esperanza por este tiempo cuaresmal es que Dios vea nuestros sacrificios y nos cambie así.

En los climas norteños se nota este tiempo cuaresmal por los cambios en la naturaleza.  Los árboles brotan sus hojas y las plantas echan sus flores.  El campo se convierte del gris al verde.  Parece que todo va de ser encerrado en sí mismo a mostrar la gloria de Dios.  Es el tipo de conversión que esperamos por nosotros.  Al final de nuestro viaje cuaresmal queremos ser conocidos por un propósito nuevo de la vida.  Queremos vivir menos por nosotros mismos y más por Dios y por los pobres.  Queremos vivir más por Dios.

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